SAN JOSÉ EN BELÉN
Así como cuando decimos Adviento decimos también María, no podemos soslayar a José de Nazareth.
Su presencia constante y silenciosa, el abdicar de todo protagonismo para estar siempre disponible allí en donde le necesiten, debería florecernos la mansedumbre y el servicio.
El carpintero trabaja y trabaja; ya no es un hombre solo, hay una esposa con un hijo en camino que necesitan el sustento que puedan procurar sus manos encallecidas.
Así los días, del amanecer al ocaso, madera y esfuerzo, y un vientre amado que crece ante sus ojos mansos.
José se pone en marcha con María y el Niño cercano, de Nazareth a Belén, ciento cincuenta kilómetros de ruta terrera y pedregosa no exenta de peligros.
Llegan a la Casa del Pan –Bethlehem de Judá- con apuros y urgencias: ese Niño ya no ha de esperar, el tiempo está maduro… allí mismo, toda la Creación contiene el aliento.
José no disfraza su acento ni esconde sus ropas polvorientas en el pedido de albergue: un posadero tajante los rechaza con un predecible –no hay lugar-.
Les queda una gruta oscura, cueva en donde el ganado quizás busque alivio al frío nocturno.
Solos ellos en la noche, solita María en el trance bravo del parto, no hay lecho, posada ni mucho menos partera… Pero está la mano tranquilizadora del carpintero,
Ese Niño, es por un momento, intentemos ponernos en su alma... era amorosamente custodiado por María y José y ansiado durante generaciones sostuvo con su trabajo y esfuerzo a su esposa y a su hijo.
Así los protegió en el duro camino del exilio -José, María y Jesús emigrantes a Egipto-.
Así seguramente le fué enseñando su oficio, tekton hábil con la madera.
San José tuvo la suerte, de tenerle entre sus brazos,le cantaría, le bailaría, le arrullaría, le dormiría......dile que te enseñe a ti a hacerlo.
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