Músico de hombres Cuesta creerse que haya muerto Claudio Abbado. No por la edad, 80 años, ni por el cáncer de estómago que lo había devorado, sino porque ya había resucitado. Lo hizo en Tokio, hace una década larga, mientras dirigía "Tristán e Isolda" de Wagner con las huestes de la Filarmónica de Berlín. Abbado estaba desahuciado. Lo trasladaban al hospital entre acto y acto para tutelar su salud, pero regresaba al foso, como si el desenlace de Tristán fuera el suyo. Como si suyas fuera la plegaria de Isolda en el desenlace de la ópera: " ¿No lo veis? ¿Cómo el corazón se le dilata, valeroso, cómo pleno y noble se le hincha en el pecho? [...] En la crecida ondulante, en el sonido resonante, en el universo suspirante de la respiración del mundo...". Había regresado Abbado entre los japoneses y entre los vivos. Se había repuesto del cáncer. Pensaba entonces que su destino era el mismo de Tristán ("la antorcha se apaga..."), pero...