ADIOS A UN GRAN DIRECTOR DE MUSICA


Músico de hombres






   Cuesta creerse que haya muerto Claudio Abbado. No por la edad, 80 años, ni por el cáncer de estómago que lo había devorado, sino porque ya había resucitado. Lo hizo en Tokio, hace una década larga, mientras dirigía "Tristán e Isolda" de Wagner  con las huestes de la Filarmónica de Berlín.
   Abbado estaba desahuciado. Lo trasladaban al hospital entre acto y acto para tutelar su salud, pero regresaba al foso, como si el desenlace de Tristán  fuera el suyo. Como si suyas fuera la plegaria de Isolda en el desenlace de la ópera: "  ¿No lo veis? ¿Cómo el corazón se le dilata, valeroso, cómo pleno y noble se le hincha en el pecho? [...] En la crecida ondulante, en el sonido resonante, en el universo suspirante de la respiración del mundo...".
Había regresado Abbado entre los japoneses y entre los vivos. Se había repuesto del cáncer. Pensaba entonces que su destino era el mismo de Tristán ("la antorcha se apaga..."), pero halló en el vientre de la ópera la energía que creía agotada. Hasta el extremo de convertirse en "otro" director de orquesta, quizá provisto de la clarividencia y de la humanidad.
La explicación estriba en que reconocía escuchar más música de la que escuchaba antes. No aludía a la cantidad, sino al aspecto cualitativo. Se había agudizado su percepción, leía mejor entre líneas, había descubierto una nueva sensibilidad. O había resucitado, tal como verificaron los filarmónicos berlineses en el templo de Tokio y como apreciamos los melómanos madrileños cuando dirigió la "Novena" de Mahler en 2010. 
Imposible olvidar aquel ejercicio de elevación metafísica ni de sobrecogerse cuando las luces se fueron apagando en los estertores de los últimos compases. No quería Abbado aplausos. Quería que el desenlace del testamento de Mahler se reconociera en el silencio. Como si el silencio fuera también la música, igual que el espacio otorga la vida a una escultura.
   Es la razón por la que Abbado también conseguía que los espectadores escucháramos  la música desde una perspectiva diferente, cuando no superior. Su presencia, como sucedió el pasado marzo con la "Cuarta" de Beethoven, predisponía a un estado de sugestión. Lograba el maestro oficiar un ritual de concelebración. Tan escrupuloso que hasta la epidemia de las toses tan habitual en el Auditorio se contenía en beneficio del silencio y de la expectativa.
        GRACIAS  MAESTRO,  POR  LOS  MOMENTOS  QUE  NOS  HICISTE  DISFRUTAR  DE  LA  MÚSICA...... TE  SEGUIREMOS  ESCUCHANDO!!!!

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