PRONÓSTICOS.....


   Hace muchos años constaté lo difícil que es para los humanos predecir el futuro. Es tan complicado que nadie –sobre todo los que están obligados a estudiarlo, como los políticos– suele acertar.
En varias ocasiones he hecho pruebas de este tipo en clase: «Que levanten la mano, por favor –les solía decir a mis alumnos–, los que puedan predecir cómo será su cama dentro de veinte años». Les daba un minuto o dos para pensarlo; y, aunque les hubiera dado 20, la respuesta habría sido muy parecida: todos creían que la cama del futuro sería muy parecida a la que les servía de lecho en la actualidad. Pocos conseguían pensar en otro tipo.
Me gustaría pedir a mis lectores que tuvieran la amabilidad de contestar una pregunta un poco más difícil: ¿alguien ha tenido tiempo de pensar por dónde van las preferencias de la gente respecto al tamaño de la sociedad o sociedades que nos darán cobijo en el futuro? Es decir, ¿viviremos en ciudades o entidades cada vez mayores, como las actuales pero más grandes? ¿O, por el contrario, seguiremos la costumbre que la mayoría ha olvidado –será porque piensa en otras cosas o está distraída– de seguir acantonados en nuestros pequeños reductos, en los que los vecinos de al lado no nos entienden porque hablamos otros idiomas?
multitud
¿Tendemos a sociedades más amplias? 
   La historia de la civilización empieza hace unos cien mil años cuando, en lugar de genes biológicos, el ser humano aprende a intercambiar información hasta transmitir una cultura que lo ayuda a vivir. Ahora bien, ¿se ha fijado el lector en que existen en todo el planeta nada menos que unas siete mil maneras distintas de decir «¿puedo pasar?», «hola, ¿qué tal?» o «¡qué pena!, está lloviendo»? ¿Nos damos todos cuenta de que la mujer o el hombre que es de mi pueblo va por delante de los demás por muy precisas que sean las leyes de la igualdad? ¿Nos damos todos cuenta de que los árabes de Figueras o de Córdoba tienden a unirse unos con otros, en mayor medida que los catalanes y los andaluces que se saben en su tierra?
La gente está tan marcada por su cultura local que distingue muy bien el ligerísimo acento del vecino de la región de al lado… y no digamos ya del extranjero. ¿Hemos mejorado algo? Quiero decir: ¿la irrupción de la cultura en el terruño nos hace más o menos escoceses que antes?, ¿más o menos andaluces?, ¿más o menos catalanes?

Los que defendemos una patria o un reducto más grande estamos solos. Por eso, yo vaticino –no por culpa de mis genes ni de la cultura aprendida, sino por lo que siento y veo– que en los próximos años la gente preferirá las llamadas “comunidades autónomas” a cualquier otro tipo de comunidades más amplias, incluidas las naciones y las economías globales. Y no es que las prefiera, sino que ya solo se va a fiar de lo que se ha fiado siempre.

Mark Pagel dice lo mismo que yo con otras palabras: «¿Cómo es posible que se derroche tanta fe en adornos de nuestros vehículos culturales? ¿Cómo es posible que le hayamos sacado a esto provecho, en lugar de considerarlo algo peligroso todo a lo largo de la Historia de la evolución? A cambio, obtenemos la protección y prosperidad que nos da nuestra cultura».


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