SOMOS UN ENTRAMADO DE UNA TELA
La humanidad esta entretejida por finos hilos –finos, mas no frágiles– hilos que nos mantienen unidos los unos a los otros como un gran cuerpo. Las puntadas se extienden también de diversos modos hacia las estructuras que creamos, de tal manera que podemos contemplar la extraordinaria belleza de la compleja tela en la que vivimos, donde todo está conectado. Este gran “tejido social” se configura en varias capas que van desde los pliegues más superficiales y externos, hasta los más profundos y espirituales.
El llanto interior y silencioso de quién sufre lo podemos percibir siempre, basta solo afinar nuestros sentidos (también espirituales) y romper con la indiferencia. Si alguien tira un hilo equivocado (o la cuerda en este caso) al poco rato se estiran también tantos otros hilos vinculados, generando una serie de consecuencias en cadena.
Si alguno afloja o corta un hilo, influye negativamente sobre todo el tejido, y los hilos adyacentes comienzan a rasgarse. Este proceso se parece mucho al conocido efecto dominó, o al efecto onda de las piedras que caen en el agua. Las piezas se suceden. Las ondas se agigantan.
Hoy la cultura de muerte está arrasando con los hilos más profundos que permiten nuestra comunión y unidad. Nuestro tejido social se sostiene cada vez más con fibras artificiales que ya no aguantan. El aumento de la tensión crece y lo percibimos. Las ciudades se transforman progresivamente en verdaderos desiertos es decir, lugares sin relación, sin comunión, donde dejamos de reconocer a los demás como hermanos. Se nos vende un estilo de vida y una felicidad cargados de individualismo y egocentrismo, que diluyen las relaciones auténticas y nos impiden ver el bien común que estamos llamados a cultivar y el rol de protagonismo que todos tenemos.
¿Qué hacer entonces ante tal panorama? Primero recordar que no basta poner un remiendo nuevo sobre un tejido viejo, ya nos lo advirtió el Señor, «nadie rompe un vestido nuevo para echar un remiendo a uno viejo; de otro modo, desgarraría el nuevo, y al viejo no le iría el remiendo del nuevo» (Lc5,36). Es necesario renovar y retejer todo el tejido, desde lo hondo. ¿Pero cómo lograrlo? No depende prioritariamente de nosotros, mas de la gracia del Señor. Sólo Él puede resanar y “hacer nuevas todas las cosas” (2Cor5, 17). En este tiempo de cuaresma por un lado somos llamados a la conversión, a rechazar aquellos pecados que nos llevan a destruir la comunión y la fraternidad, desgarrando el tejido social. Por otro lado, más positivo, tenemos la tarea de hilvanar hilos nuevos, de reconciliación, de comunión, de misericordia…de ternura, por donde pueda pasar el Espíritu de Cristo, único capaz de dar auténtica unidad al Cuerpo Místico y a la sociedad toda. Estos hilos por donde pasa la sangre del Cordero, revitalizarán el tejido social desde adentro, transfigurándolo, haciéndolo brillar y resplandecer «tanto que ningún lavador en la tierra sería capaz de blanquearlo de ese modo» (Mc9,3).
A los que ésto les suene elevado, resumo muy simplemente, no ser egoístas, indiferentes a los demás, a un mundo lleno de guerras, corrupción, hambre, desigualdad......pobreza. Todos estamos entramados en la misma tela, y nuestros actos no son individuales, tienen una repercusión.
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