CHURCHILL


                                                           


Dos días en la vida de Winston Churchill: los que precedieron al desembarco de Normandía. El film, sin negar su papel en las horas oscuras en que parecía que las hordas nazis de Hitler estaban destinadas a conquistar la Tierra, osa componer un retrato donde prima el lado más humano. Se trata de mostrarle envejecido, y contrario a las ideas de los aliados americanos –con Dwight Eisenhower a la cabeza– de pasar al continente por la llamada playa Omaha, en una acción que tendrá un enorme coste en vidas humanas, y donde es crucial la discreción y que el tiempo no juegue una mala pasada.
El australiano Jonathan Teplitzky ya abordó la Segunda Guerra Mundial en Un largo viaje, que jugaba en dos tiempos con los traumas bélicos de los personajes de ambos bandos en la guerra del Pacífico.
 Su humanización del conflicto la traslada ahora al alto mando, para mostrar que el liderazgo y la determinación no están reñidos con las dudas y la conciencia de estar siendo relegado, una suerte de humillación que pugna en el espíritu de Churchill, a quien trata de sostener Clementine, la gran mujer que tiene a su lado. Por parte de los americanos –Eisenhower y otros oficiales–, hay una mezcla de respeto al viejo mandatario y la resolución de hacer lo que hay que hacer.
El guion de Alex von Tunzelmann que maneja Teplitzky es delicado: no cae en el dibujo grotesco del protagonista. Brian Cox imprime a Churchill un fuerte carácter a pesar de su edad senil, con un enfoque diferente del que aportaba John Lithgow en The Crown, pero igualmente eficaz. Le respalda un buen reparto, con una convincente Miranda Richardson como su esposa, o el mad man John Slattery encarnando a Eisenhower.

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