COMUNICAR LA FE
Quien quiere influir en el presente, tiene que amar el mundo en que vive. No debe mirar al pasado, con nostalgia y resignación, sino que ha de adoptar una actitud positiva ante el momento histórico concreto: debería estar a la altura de los nuevos acontecimientos, que marcan sus alegrías y preocupaciones, y todo su estilo de vida. "En toda la historia del mundo hay una única hora importante, que es la presente", dice Bonhoeffer. "Quien huye del presente, huye de la hora de Dios"
Los cambios de mentalidad invitan a exponer las propias creencias de un modo distinto que antes . A este respecto comenta un escritor: "No estoy dispuesto a modificar mis ideas (básicas) por mucho que los tiempos cambien. Pero estoy dispuesto a poner todas las formulaciones externas a la altura de mis tiempos, por simple amor a mis ideas y a mis hermanos, ya que si hablo con un lenguaje muerto o un enfoque superado, estaré enterrando mis ideas y sin comunicarme con nadie"
Para tratar sobre Dios, no sólo hace falta tener en cuenta el ambiente que nos rodea. Todavía más decisiva es la personalidad de quien habla: porque, al hablar, no sólo comunicamos algo; en primer lugar, nos expresamos a nosotros mismos. El lenguaje es un "espejo de nuestro espíritu".
Existe también un lenguaje no verbal, que sustituye o acompaña nuestras palabras. Es el clima que creamos a nuestro alrededor, ordinariamente a través de cosas muy pequeñas, como son, por ejemplo, una sonrisa cordial o una mirada de aprecio. Cuando faltan los oligoelementos en el cuerpo humano, aunque sean mínimos, uno puede enfermar gravemente y morir. De un modo análogo podemos hablar de "oligoelementos" en un determinado ambiente: son aquellos detalles, difícilmente demostrables y menos aún exigibles, que hacen que el otro se sienta a gusto, que se sepa querido y valorado.
El cuerpo da a conocer nuestro mundo interior, "traduce" las emociones y aspiraciones, la ilusión y la decepción, la generosidad y la angustia, el odio y la desesperación, el amor, la súplica, la resignación y el triunfo; y difícilmente engaña. San Agustín habla de un "lenguaje natural de todos los pueblos"