CAPACIDAD DE ADMIRARME ANTE LO QUE YA CONOZCO
La capacidad de asombro mide si el corazón es puro y si es un corazón de niño. Los que creen que lo saben todo, los que tienen todas las respuestas ya escritas, han perdido normalmente esa docilidad.
A nosotros nos pasa a veces. Nos falta la capacidad para asomarnos a una ventana y emocionarnos con lo que vemos. El asombro ante la bondad del otro, ante una persona que nos descubre algo.
El asombro ante la belleza que siempre es nueva. Ante la vida llena de secretos. El asombro ante el dolor injusto, ante el daño que ya no se puede evitar, ante la herida abierta que busca consuelo.
El asombro nos pone en disposición de aprender, porque algo nuevo llega a nuestra vida y no lo controlamos.
Una persona escribía: «Quiero abrazar los silencios como los niños traviesos. Quiero empezar de nuevo a tejer la historia, sin escatimar en gastos. Vivir y vivir, amar y amar. Como los niños que se abren a la vida. Así, de repente».
La realidad nos puede ayudar a cambiar si nos dejamos tocar por ella. El mirar como los niños nos ayuda a ser flexibles. A empezar de nuevo.
En realidad, el asombro, no depende tanto de la vida, de que haya cosas nuevas y excitantes, de que haya cambios en situaciones o personas. Depende de mi mirada. De mi capacidad de admirar en lo que ya conozco, la novedad y la belleza.
Depende de mi capacidad de enamorarme de la vida, de reconocer algo que no es mío y que, de alguna forma, desafía mis esquemas bien montados. Los esquemas de mi vida.
A Jesús lo siguieron los que fueron capaces de asombrarse y admirarse al contemplar su vida. Por su novedad. Por su amor. Por su humanidad.
Algunos lo encasillaron, le pusieron la etiqueta. Se dejaron llevar por sus prejuicios y se alejaron de su realidad. Lo miraron como a un rebelde, como a un blasfemo, como a un traidor.
Así tenían poder sobre Él, así no los desconcertaba. No respondía a sus esquemas de siempre. No cabía en ellos y no podía ser controlado. No lo podían meter en una categoría que les diese seguridad. No despertó en su alma admiración, ni asombro.