LOS NIÑOS CON DESEO INNATO DE CONOCER
Los niños nacen con asombro, con un deseo innato por conocer. ¿Y qué es lo que causa asombro? La belleza de la realidad. El cerebro humano está hecho para aprender en clave de realidad y los hechos nos indican que los niños aprenden a través de experiencias sensoriales concretas que no solamente les permiten comprender el mundo, sino también
comprenderse a sí mismos.
Todo lo que los niños tocan, huelen, oyen, ven y sienten deja una huella en su mente, en su alma, a través de la construcción de su memoria biográfica que pasa a formar parte de su sentido de identidad.
Los niños no aprenden las cosas a través de explicaciones abstractas, sino que
necesitan experiencias reales, vivencias y relaciones interpersonales en directo.
Son esas experiencias las que les dejan huella.
Por lo tanto, es fundamental que nos preguntemos qué tipo de experiencias estamos
dando a nuestros hijos. Durante muchos años, hemos hablado de la importancia
de la estimulación temprana en el sistema educativo: bits de inteligencia,
circuitos de psicomotricidad para “estimular” el movimiento…
Todo ello para garantizar que nuestros hijos sean “superinteligentes”, quizá incluso unos
genios. Ahora, recurrimos al uso de iPads para “estimular” su inteligencia a través de
aplicaciones que llevan las riendas ante la mirada pasiva de nuestros hijos.
Hemos de re-descubrir la realidad cotidiana como un lugar de aprendizaje “natural”.
La granja, el mercado, las calles, el río… Nuestros hijos han de ver su sombra, sentir la lluvia, oler el bosque, probar la sal y la pimienta; aprender los colores a partir de la realidad
(el rojo de una manzana, el gris del asfalto, el azul del cielo), no de las fichas del colegio. Han de poder llenar una hoja en blanco, no limitarse a pintar “dentro de las líneas”.
Los niños aprenden a partir del ejemplo, no de los discursos. Los padres transmiten las
virtudes que encarnan con sus propias vidas, no las que detallan con largas explicaciones.
Si les decimos que dejen de gritar, pero se lo decimos gritando, nuestras palabras
pierden sentido. Susurrando conseguiríamos mejores resultados.