TODO ES PASAJERO


A lo largo de nuestra vida, experimentamos una gran diversidad de estados emocionales. Cuando todo sucede acorde a nuestras expectativas, por norma nos sentimos eufóricos y exitosos. Pero, cuando hemos de hacer frente a desafíos y frustraciones nos vemos, con mucha frecuencia, embargados por el pánico. Si lográsemos comprender que todo es pasajero, podríamos relacionarnos con nuestras emociones desde una perspectiva más sana.

                                
Por lo general, tenemos una concepción extremadamente dicotómica del mundo que nos rodea. Todo es blanco o negro, bueno o malo. De tal forma, las emociones positivas se convierten en deseables y las negativas en algo que tratamos de evitar a toda costa. 
A pesar de que resulta mucho más prudente dar espacio a ambas en nuestro interior, esto nos resulta verdaderamente complicado. ¿Por qué? Porque sentimos que estas se quedarán con nosotros para siempre.
Igual que no todo lo que sucede es positivo, tampoco podemos pretender que todas nuestras emociones lo sean. Las circunstancias son cambiantes y, por ende, las emociones también. Generar la obligación de mantener un estado de ánimo elevado de manera constante solo nos aleja de ese sentimiento de plenitud que buscamos.
El cambio forma parte del camino. Sea cual sea nuestra edad, habremos podido comprobar que ni la euforia ni la tristeza son eternas -aunque en alguna ocasión pueda darnos la sensación de serlo-. Una realidad que nos cuesta aceptar cuando nuestra mirada se ve contaminada por expectativas de futuro negativas o circunstancias adversas.
Cuando la vida nos golpea, las emociones negativas hacen su consecuente aparición. A la mayoría de nosotros no nos han enseñado a lidiar con ellas y continuamos viéndolas como el enemigo, por lo que en ese mismo instante comenzamos a desear deshacernos cuanto antes de ese incómodo sentimiento.
Así, ponemos en marcha todo nuestro arsenal de estrategias para evitar mirar de frente ese dolor. Salimos con amigos, reordenamos el armario, nos distraemos con libros y películas.
Hasta que, inevitablemente, llega el momento en que no queda otro remedio que hacer frente a la realidad y comprobamos que esas emociones no se han ido. Siguen ahí, creando nudos en la garganta y haciéndonos percibir el dolor de una forma casi física. Es entonces cuando el pánico se apodera de nosotros: nunca lograremos volver a sentirnos bien.

Ya hemos agotado todos nuestros recursos de afrontamiento y ni siquiera hemos conseguido paliar su intensidad. Por lo que, ahora, la preocupación se suma a nuestra situación de vulnerabilidad.
Es en esos momentos, cuando más necesitamos recordar aquello que ya sabemos y tantas veces hemos comprobado: todo es pasajero. La tristeza se irá, el miedo comenzará a aflojar; un día, cuando menos lo esperes, te encontrarás sonriendo de nuevo.
El único método para acelerar el proceso de sanación es atreverte a vivirlo. Atreverte a sentir, acoger la incomodidad y acompañarte a ti mismo. Si logras recordar que todo pasará, podrás mirar tu situación desde una nueva perspectiva. Te darás el permiso para aceptar esa natural reacción de tu cuerpo y aprender de ella.
La seguridad de que nada es eterno te permitirá mantener la calma durante la tormenta, y esperar con optimismo la llegada del sol. La vida no siempre es perfecta -de hecho, rara vez frisa este adjetivo-, y no necesitas que lo sea. Cada experiencia, a su manera, nos ayuda a crecer. Por ello, si tus fuerzas flaquean y te asaltan las dudas, recuerda que todo pasa.

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