BLANCANIEVES


   La película española del año es muda y en blanco y negro, y lleva el nombre de un cuento de los hermanos Grimm. Blancanieves es la hija de un torero en la España de los años veinte; lo que sigue es el cuento, de otra manera porque nos lo cuentan Unamuno, Machado, Valle-Inclán y los Álvarez Quintero.


   Pablo Berger ambienta la historia antes de que España se desangrara por la mitad pero cuando ya estaba herida de muerte. Y bebe de los escritores del 98 y extrae de ellos un buen retrato del espíritu español. Un espíritu apasionado, sensible y sentimental. Cainita. Tan religioso como festivo y que, por eso, une la fe a la fiesta. Dramático. A ratos, oscuro. Luchador, vanidoso y risueño. La contradicción hispana aparece en este cuento con toda su fuerza, con el nervio de la pluma de quienes mejor han sabido describirla: y ahí está el esperpento y la risa, la melancolía y la lucha hasta la sangre, las dudas de fe y los sacramentos.
Berger ha reescrito el cuento muy bien y lo ha “coloreado” bellamente. Porque, si la historia es buena, el envoltorio visual parece la obra de un genio: una hermosa fotografía, una banda sonora soberbia y un montaje exacto como el de un relojero suizo, con escenas perfectamente planificadas. Si fuera un torero, al director habría que sacarlo a hombros por esta “faena”. La película se ha presentado en el Festival de San Sebastián donde ha sido muy bien acogida.

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