EDUARDO CHILLIDA
La huella del escultor español más universarl es imborrable, aunque su jardín de hierro esté cerrado al público.
Eduardo Chillida solía decir que la escultura no existe sin el vacío, de la misma forma que tampoco la música lo sería jamás sin el silencio. De ahí que sea en la ausencia física del escultor vasco cuando su presencia artística se revela aún más imponente. Inquebrantable al paso del tiempo y del espacio, aquel que sus manos de portero de la Real Sociedad y de joven estudiante de Arquitectura se ocuparon de forjar,Chillida ha dejado una estela de creación inmortal que trasciende lo académico y ocupa su sitio en el imaginario colectivo universal.
Este año, cuando se cumplen diez años de su desaparición, familiares y amigos le rinden homenaje en Chillida-Leku velando por que la «utopía», el sueño anhelado de sembrar un bosque de hierro, vuelva a abrir sus puertas al gran público más pronto que tarde. Será un brindis poético al hombre y al genio, al que las gentes de la cultura han dedicado «100 palabras para Chillida», glosadas en un recopilatorio impulsado por su hija Susana.
«Soy como un árbol, con las raíces en un país y las ramas abiertas al mundo»
En Chillida-Leku descansa una parte importante de la obra de este creador insaciable, que forma parte del paisaje natural de ciudades como Berlín, París, Múnich, Madrid, Houston o su querida San Sebastián peinada al viento. El déficit del museo movió a la familia a subastar doce piezas en Florida a finales de 2010, las primeras desde la muerte del artista. Aunque asegura que aquello fue puntual –«la venta de obras no es prioridad»–, Luis Chillida constata el enorme tirón de su apellido en el mercado del arte, y que hace que al caserío de Hernani le hayan salido numerosas «novias» en forma de inversores extranjeros.
Comentarios
Publicar un comentario