VIVENCIAS DE UNA MEDICO ONCOLOGA II
¿Ha notado usted un modo peculiar en los niños de vivir la enfermedad?
Yo coloco a los padres desde el primer día en la situación. “El que está enfermo es tu hijo, tú no tienes leucemia, estás en este mundo para acompañarlo y eres un privilegiado porque lo vas a poder hacer. Así que, cuando te levantes, coge la pasta de dientes, pinta un ombligo en el espejo y cuando te canses de mirarlo sal a la calle. No mires tu propio dolor porque estarás perdiendo un tiempo que puedes ocupar en ver y oír cosas que nunca imaginaste que ibas a ver u oír”. Así salen de ese bucle en el que entran. Y eso se aplica al adulto enfermo. Es verdad que, cuando te duele algo, ese dolor ocupa todo en ese momento, pero los médicos tenemos formas de quitar el componente físico del dolor; el componente psicológico y espiritual es otro tema, que trabajamos en este camino. Yo creo que los adultos podemos comportarnos como los niños. Seguro que conocemos a enfermos adultos que, aun estando gravemente enfermos, están sacando a la vida todo lo que la vida tiene. Si no tienes dolor y te encuentras bien, ¿por qué no vas a ir a trabajar?, ¿por qué vas a renunciar a la vida, si hay tanta vida dentro de una enfermedad? Por eso los niños que no pueden no van al colegio, pero si pueden, van, porque eso les hace sentirse bien, seguros y tranquilos. La enfermedad no es un paréntesis en la vida; forma parte de ella. Hay mucha más vida dentro de la enfermedad que fuera de ella, es mucho más real lo que vives cuando estás enfermo. Una de las grandes lecciones de mi vida me la dio Dani, que en medio de su enfermedad hizo todos los viajes y planes que quiso, y no faltó al instituto ni un solo día. Él me marcó el camino que pienso vivir.
¿Qué cambios percibe en padres e hijos desde que llegan aquí hasta que se marchan con el sello de "curados"? Ese es el gran milagro. Cambian como personas, cambian su escala de valores, descubren lo que es importante, utilizan otro lenguaje, incluso un lenguaje médico… Antes, si el niño se hacía un esguince, era un trauma, ahora no. La vida cambia, pero integramos la enfermedad en la vida normal de la familia. Cuando comencé en esto, solo el 40% de los niños se curaba; hoy en día, se cura más del 80%. Así que el objetivo de mi trabajo no es solo curar al niño, sino lograr que llegue a ser un adulto sano desde el punto de vista físico, psíquico, social y espiritual. Y por eso esta unidad funciona así.
Y cuando no se puede curar a un niño, ¿en qué consiste su labor? Tratamos de curar a la familia. Cada quince días me reúno con dos grupos de padres de niños que murieron. Nos acompaña un sacerdote y ellos me han enseñado que esto vale la pena, incluso cuando entra un niño por la puerta con un tumor que sé que no se puede curar. Si se cura o no también he aprendido que no está en mis manos. El día que entendí el concepto de ser instrumento la cosa cambió. Y tengo que ser un instrumento muy afinado y aportar todo lo que puedo como médico y persona que soy.
¿Cómo ha pasado de "buscar el alma en las autopsias" a sentir con claridad que la vida continúa tras la muerte?El punto de inflexión fue ver morir a mi hermano Javier. Murió en seis meses y verle evolucionar durante su enfermedad me cambió. Murió en mis brazos con cara de niño y me dije: “Me estoy perdiendo algo”. Hubo una caída del caballo, y llegué a entender que la muerte no es la última palabra, que no estamos aquí por casualidad, que estamos hechos para ser felices, que somos muy queridos y que tenemos mucha capacidad de querer.
¿Hasta qué punto le ha afectado el trato diario con niños enfermos en la relación con sus propios hijos?
Yo soy médico incombustible, nací para esto y soy médico las 24 horas del día, no desconecto. Igual que mis hijos están en mi cabeza por la mañana cuando estoy en el hospital, los niños del hospital están conmigo cuando estoy en casa, forman parte de mí. Eso no quiere decir que no sufra; me cuesta venir al hospital todas las mañanas y enfrentarme a lo que me tengo que enfrentar, y el día que me deje de costar dejaré de ser médico.
¿Podría trabajar en esto sin fe?
Yo no tenía fe y era un médico relativamente bueno. Pero ahora sé perfectamente qué hago en este mundo. Además, sé que los niños que murieron están con Jesús y Jesús está vivo, sé que están bien y que me siguen queriendo un montón. Tener esa experiencia todos los días me ha hecho inmensamente feliz.
¿Se puede ser un buen médico sin fe?
Probablemente sí, pero se es mucho más feliz con fe.
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