VIVENCIAS DE UNA MEDICO ONCOLOGA

Blanca López-Ibor, oncóloga infantil
«Llegué a entender que la muerte no es la última palabra, que no estamos aquí por casualidad»
Lucha con la realidad más dura. No tenía fe, pero hoy ve claro: «Los niños que murieron están con Jesús y Jesús está vivo».

   
   “No te impliques tanto que vas a sufrir mucho”, le dijeron al comienzo de su carrera a la doctora López-Ibor cuando trataba a una niña con leucemia. Ella respondió: “No me gustaría ser esa niña, ni sus padres, y tener un médico como tú”. Así empezó su vocación por la oncología pediátrica. Ella no trata el cáncer, sino a niños con cáncer. Por eso, toda su energía se desgasta no solo en curar a sus pacientes, sino en conseguir que integren la enfermedad en su vida normal
   

   Ante la enfermedad, un niño tiene dos miedos: al dolor y a estar solo. Por eso, en esta unidad todos los procedimientos dolorosos se realizan bajo anestesia y los niños están siempre acompañados por sus padres. Incluso en la antesala del quirófano, y siempre que es posible, los niños se duermen en los brazos de sus padres y se despiertan junto a ellos. Por eso la consiga de “el niño en el centro” aquí no es solo una teoría. “No hacemos lo que el médico o el hospital necesitan, sino lo que el niño necesita, como lo necesite y cuando lo necesite, tanto desde un punto de vista técnico como intelectual, social, psicológico y espiritual”, explica la doctora. 
   En este rincón del hospital no hay una sala de quimio como tal, sino un salón de juegos, un aula de música, un bosque donde celebrar cumpleaños -y en el que los adolescentes hacen fiestas con sus amigos-, un sacerdote de forma permanente y un colegio con un horario de clases en el que ni la propia doctora López-Ibor interrumpe a los alumnos... Este lugar no da miedo, y no porque las paredes estén decoradas con motivos infantiles, sino porque es un sitio donde se respira mucha vida. 
Mudanza del alma
   Blanca López-Ibor nos recibe en su despacho, otrora repleto de fotos de sus niños, y que ahora viste desnudo. “Hace poco tuve que hacer mudanza del alma”, se excusa. No es de piedra. Llora, abraza, ríe y calla con estos pequeños que le han robado el corazón. 

¿Cómo se supera el miedo inicial ante el diagnóstico de cáncer de un hijo?

   Al principio los padres están aterrorizados, ¿cómo no vas a tener miedo a la enfermedad de un hijo? Pero parte del miedo se cura con información, por eso les hacemos expertos en la enfermedad. Aquí todos los niños conocen su diagnóstico, su tratamiento y los efectos secundarios más importantes. Conocí a un niño en un hospital en el que trabajé que se llamaba Gorka. Le pregunté: “¿Tú qué tienes?” Y me dijo: “Una diabetis”. Tenía un linfoma. Así que me dirigí a sus médicos y les pregunté: “¿Por qué le habéis dicho que tiene una diabetes, que es una enfermedad que no se cura, en vez de un linfoma, que sí se cura?” Por eso aquí todos saben el nombre exacto de su enfermedad. Informamos a la vez a padres e hijos. Esa escena de habitación de hospital en la que sale la madre para hablar con el médico es aterradora para el niño. Así que jamás hablamos con unos padres en un pasillo, hablamos con el niño y, a través de él, con los padres. Cuando es necesaria una conversación a puerta cerrada la tenemos siempre en el despacho. Esto es especialmente importante en el adolescente, puesto que necesita confiar en su médico y no saber que están hablando de él “por detrás”. Otra parte del miedo se cura caminando por dos carriles: el de la confianza y el de la esperanza. Cuando digo esto, los padres interpretan que significaque confíen en mí, y no es en mí en quien tienen que confiar; la confianza y la esperanza están mucho más arriba.

¿Se puede llegar a entender la enfermedad de un niño?

   La primera pregunta que se hacen las familias cuando vienen es por qué, ¿por qué está mi hijo enfermo?... y esa no es la pregunta. Esa pregunta te tira al pozo, porque no podemos saber por qué este niño sí y este otro no. La pregunta correcta es para qué. Yo les digo: “Cuando te levantes, pregúntate qué estás haciendo en este mundo. No se me ocurre mejor respuesta que acompañar a un hijo en una enfermedad grave. Y ahora mismo lo que necesita el niño eres tú”. Los niños buscan la seguridad en la mirada de sus padres y lo que más les asusta es verles inseguros. Dicen que los niños, a diferencia de los 
adultos, no sufren de más compadeciéndose de sí mismos.
   La entrevista os la termino mañana, es larga, y con muchos mensajes, no sólo para los padres, sino para todos; porque ¿quién no tiene una enfermedad asi en su familia, amistades etc...? Ella, Blanca, ha sabido COGER, la mejor parte en esta vivencia.             GRACIAS, POR ENSEÑARNOS.

Comentarios

  1. Estoy de acuerdo, no hay que tratar la enfermedad,sino a la persona, ya sea niño, joven o adulto, que vean el verdadero sentido del dolor, y enseñarles a vivir con el y ofrecerlo, cuando Dios los llama a su presencia, te queda paz, porque has sabido tratar a la "persona" le has dado tu cariño y tu vida para que se sienta feliz.

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