PADRES AGOBIADOS EN LA EDUCACIÓN DE SUS HIJOS


   “Buscamos una niñera para Linda, una preciosa niñita de cinco años, hermosa, sensible, creativa, inteligente y expresiva”. Así rezaba un anuncio publicado en un periódico de Estados Unidos en el que unos padres buscaban una niñera para cuidar de su hija. Sin ningún pudor, los padres consideraban a su hija como una niña especial, distinta, exclusiva, como les sucede a tantos padres de hoy, que también están obsesionados con la educación y formación de sus hijos.



    Esta actitud de muchos padres actuales que quieren ser novedosos en sus métodos pedagógicos, que ponen en los hijos unas desproporcionadas expectativas que luego resulta muy complicado que se hagan realidad.


No existe la escuela perfecta, pero sí existen unos parámetros que todas deberían más o menos cumplir para conseguir lo mejor de los alumnos.  La necesidad de la transparencia para que los padres conozcan con datos fiables la calidad educativa de los centros. Además, desconfía de los docentes que se han convertido en profetas de la “psicología positiva”: “cada vez que oigo a un maestro defender que su trabajo no es transmitir conocimientos, sino hacer felices a sus alumnos, me compadezco de estos. Tienen muchas posibilidades de salir de la escuela infelices e incultos”.
Y pone el dedo en la llaga de una realidad bien palpable para los que se dedican a la educación: la de los padres que atosigan a los hijos y los profesores con su obsesión por cualquier retraso de su hijos. Y lo explica: “los padres con títulos universitarios consideran que su obligación moral es implicarse activamente en la vida de sus hijos, registrando minuciosamente sus progresos, viviendo con preocupación todo aquello que sospechan que puede entenderse como un retraso evolutivo, consultando a especialistas –y en Google, claro–, y haciendo todo cuanto pueden por estimular las capacidades cognitivas y sociales del niño. Y allá donde no llegan ellos, acuden a clases particulares de idiomas, kárate o deportes. Sin embargo, son estos los padres que suelen mostrarse más inquietos por no disponer de suficiente tiempo para atender a sus hijos”.
   El rol de los padres y de la importancia de los valores; también de la influencia de la televisión, las pantallas, Internet, las redes sociales: “una familia no es un grupo de personas reunidas en torno a un televisor”. Ironiza sobre los padres hiperprotectores, los que consideran que su hijo es un genio incomprendido y los preocupados por apuntar a los hijos al mayor número posible de actividades extraescolares: “no hay arte marcial –escribe–, por extraño que sea, que no lo practique un grupo de niños españoles”. Defiende la importancia de la lectura, del silencio, del aburrimiento y de la amistad, como antídotos de algunos abusos modernos. Sobre la educación diferenciada aporta unos datos que demuestran a las claras cómo hoy día esta educación contribuye a mejorar los resultados, especialmente de los chicos.
   “Educar a nuestro hijo en el interior de una burbuja narcisista no le hace ningún bien”. Y para  los padres verdades de perogrullo que, sin embargo, están hoy día olvidadas y difuminadas entre una maraña de consejitos y obsesiones pseudopedagógicas: “A vuestro hijo lo educáis con vuestros consejos, pero sobre todo con vuestro ejemplo y dedicación".

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