UN CANTO A LA VIDA
El otro día me encontré en el ordenador, porque lo guarde cuando lo leí por el buen contenido de lo escrito, este artículo de Don Rafael Llano Cifuentes Obispo emérito de Brasil, cuando cumplió 80 años.
Me pareció un canto a la vida y a la esperanza, puntualizando lo verdadero, no lo que parece que ya no se sirve cuando se llega a una edad respetable.
Y pienso que es aplicable a cualquiera, pues nos enfoca el modo de vivir la vida, sin síntomas de desalientos ni crisis....... Es un buen ejemplo de vivir.
En el curso de la vida, la existencia, en el otoño, cuando no se rechaza el núcleo interior de la personalidad, se va haciendo cada vez más fuerte la conciencia de lo eterno, o para decirlo más claramente, la necesidad de Dios. Las cosas y los acontecimientos de la vida inmediata pierden su carácter perentorio. Lo que parecía ser de la mayor importancia deja de ser así, y lo que se consideraba insignificante cobra seriedad y luminosidad. La distribución de los pesos y los valores que se asignaron a cada una de las cosas, pueden a veces modificarse.
Esta toma de conciencia no conduce a una visión relativista, sino a dar luz a la creencia de que para alcanzar la madurez y superar el escepticismo uno debe renovarse. El idioma portugués es el único que identifica la palabra JOVEN con la palabra NUEVO. Los más jóvenes son más nuevos. Es muy significativa esa forma lingüística, porque realmente renovarse es rejuvenecer.
Renovar la vida es no caer en la rutina, este tipo de decepción decrépita de los que piensan que poco de nuevo, de diferente, le queda por vivir, que la curva del tiempo va declinando y en vez de crecer está descendiendo… Síntomas estos de lo que se viene llamando la crisis de la mediana edad..., de los 40 o 50 años. Una crisis que no debería suceder a ninguno de nosotros si realmente, en cada paso de nuestro viaje, supiéramos renovarnos. Es en ese sentido que los franceses dicen "renovarse o morir".
La vejez no es la situación de las personas que pierden su juventud. Tenemos que superar este infantilismo peligroso que lleva a pensar que este momento de la vida, que se llama juventud, es el que tiene valor para los seres humanos. A veces la vejez se reduce a aspectos negativos: las limitaciones, pérdida de elasticidad, la reducción del ímpetu de ciertas facultades... El anciano, de acuerdo con este punto de vista es un joven disminuido.
Es importante considerar en esta fase de la vida el valor de la experiencia adquirida a lo largo del camino y la madurez que se confunde con la sabiduría.De hecho, la ancianidad tiene cualidades que la juventud no tiene, sobre todo la cualidad suprema que llamamos sabiduría. La vivencia profunda de que todo pasa, nos lleva a la necesidad vital de lo que no pasa, a lo eterno.
La sabiduría propia del hombre maduro, es algo muy diferente del ingenio, de la astucia. Es más capaz de distinguir entre lo importante y lo trivial, entre lo genuino y auténtico, entre lo transitorio y lo eterno, entre la fugacidad de la vida y la felicidad inconmensurable de poseer a Dios.
En esto radica el primer nivel de sabiduría: una experiencia profunda de que todo pasa, nos lleva a la necesidad vital de lo que no pasa, lo eterno.
La sabiduría da luz a una estabilidad serena, nueva y excelente, capaz de inspirar confianza a las personas de todas las condiciones y clases. Junto a ella parece que se sienta el impulso de exclamar: ¡qué bien que le he conocido, qué buena oportunidad poder vivir a su lado!. Confieso que esto es lo que sentí cuando tantas veces conversé con el beato Juan Pablo II, con su sucesor, Benedicto XVI, y numerosas oportunidades, con mi querido padre espiritual San Josemaría.
Dejo aquí su última confidencia, cariñosa, optimista, llena de esa madurez suave que proporciona una experiencia de vida y un elevado amor de Dios, hecha por él en su Jubileo de Oro Sacerdotal: "Cincuenta años, estoy como un niño que balbucea: Estoy comenzando y recomenzando en mi lucha interior de cada jornada. Y así hasta el fin de los días que me queden: siempre recomenzando. El Señor así lo quiere, para que en ninguno de nosotros haya motivos de soberbia ni de necia vanidad.”
¡Cuántas luchas, cuántos intentos frustrados, cuántos renovados esfuerzos, integran la vida de los amigos de Dios! Una de las cosas que veremos en el cielo será precisamente que la vida de los santos no será representada por una línea recta siempre ascendente, uniformemente acelerada sino por una curva sinuosa, ascendente y descendente, hecha de ánimos y lentitudes, emergencias y retrasos, aumentos y disminuciones… y de recomienzos vigorosos.
Conocer la sabiduría de un anciano es una bendición de Dios. Ahí remansa una larga vida: amó y fué amado, sufrió pero no perdió la alegría de vivir. Y todo esto se quedó impreso en su rostro sereno, con su voz suave, y tal vez, en su silencio elocuente, y aún más en su vida de oración: Romano Guardini hace hincapié en este sentido que "el núcleo de la vida de un anciano no puede ser otro que el de la oración".
Cuando el curso de nuestra vida sigue la voluntad de Dios, todo lo que vive se eterniza, aunque lo que se haga parezca banal: el Señor nunca olvidará las renuncias que hemos hecho para ser fieles a nuestra vocación, nunca se olvida de los pequeños sacrificios , las alegrías experimentadas por su trabajo y el amor, nunca se borrará la ayuda que damos a los demás, aunque fuera tan pequeña como la del Evangelio que se reduce a dar por amor un vaso de agua ... (Cf. Mt 10:42). Son las palabras, los gestos y obras esculpidas en el libro de la vida con caracteres de oro que no se desvanecen con el tiempo.
La sabiduría de la vejez, que pido al Señor me dé, no se consigue con melancólicos recuerdos, pero sí impregnando este "síndrome" del verdadero atleta que se esfuerza más y más cuando está llegando a la meta. Hillary, en un discurso pronunciado en el Parlamento británico después de su primer intento fallido de alcanzar la cima del Everest, mirando la fotografía de la cumbre, lanzó un reto: "Voy a ganar. Tú creciste todo lo que podías crecer y yo todavía estoy creciendo.”
Todavía estoy creciendo. Esta sabiduría no se deja vencer por la tentación de los recuerdos, continúa centrada en el futuro que le espera.
Todavía queda mucho por hacer, todavía queda mucho por construir, mejorar, muchas virtudes por obtener, muchos proyectos por realizar, muchas personas a quien hacer felices, hay todavía muchas almas para salvar... Y todavía tenemos la eternidad de Dios que nos espera junto a los seres queridos! Reflexionando así sobre las cosas, cómo es posible envejecer!
¿Alguna vez pensamos en el sonido fonético y psicológico que tiene la palabra “todavía “? “AINDA” Sigue siendo una de las palabras más bellas de nuestro léxico portugués. “Todavía” es el adverbio de esperanza y juventud.
La vida de un hombre que vive en este clima nunca deja de crecer hasta el último instante. Cada hora, cada día, cada año, cada dolor, cada alegría tiene un sentido de esperanza: no pasa para gastarlo, sino para construirlo definitivamente. La gran fuerza del renovado sentido de la vida, de la esperanza cristiana siempre presente, da una juventud perenne, eterna juventud, que está en la conciencia profunda y gozosa de que la vida en la tierra es un preludio de la vida eterna. Para aquellos que se abalanzan hacia adelante y corren hacia su felicidad eterna, siempre hay en el horizonte un más y más. Y al final de sus días en la tierra, este hombre puede decir, como el viejo Simeón, teniendo finalmente en los brazos al Salvador que anhelaban toda su vida: "Ahora, Señor, ya puedes dejar partir en paz a tu siervo" (Lucas 2: 9)... Estas palabras abren serenamente las puertas de la felicidad eterna.
Si la esperanza es el módulo para medir la juventud, ser joven es tener mucho futuro, un hombre en el ocaso de su vida - tal vez ya cercanos los noventa años - se puede sentir como un niño que se enfrenta a un futuro sin fin, un futuro eterno...
Es bonito que la iglesia denomine el día de la muerte dies natalis, el "día de nacimiento".