OCULTAR LA VERDAD
Se dice que todos hemos mentido alguna vez…pero aunque nos excusemos diciendo que son mentiras piadosas, la pregunta es: ¿Por qué lo hacemos?
Se calcula que cada día oímos o leemos más de 200 mentiras.
Hay un efecto cuando son mentiras sociales en que crean un distorsionamiento de la realidad creando angustia, ansiedad, o lo que vemos últimamente una confrontación de ideas que desunen.
Pensemos en el valor de una información que es máximo cuando constituye un secreto y que se convierte en un arma poderosa en manos de quien puede retrasar su conocimiento, para quien puede emplearla para sus fines. La trasparencia sería la situación en la que no habría verdades ocultas y en la que el poder perdería cualquier posibilidad de emplear la información en su provecho, y por eso mismo todo poder se afana en ocultarse.
Las democracias se definen precisamente por las formas en las que articulan el equilibrio entre lo que todos deberían saber y lo que solo unos pocos saben. Ese juego está bastante bien definido en las democracias consolidadas, en las que la mentira de un político se convierte inmediatamente en su condena, y es enormemente difusa en las formas débiles de democracia,
Cuando se miente, y no se sabe que nos mienten, la mentira pasa como verdad, y eso es todo un éxito. Pero cuando se nos miente y se sabe que lo hacen, aparecen, en seguida, dos grupos: el de los que calculan que podrán sacar beneficio de la mentira, y el de quienes temen el poder de quienes les engañan con tanta insolencia.
La suma de esos dos grupos tiende a ser muy alta en sociedades en las que pensar por cuenta propia se ha puesto extremadamente caro. La mentira es un arma inagotable y sus efectos son beneficiosos para quienes la sostienen: esta es la otra cara de una verdad incómoda: que vivimos en sociedades escasamente valientes y en las que muy diversas formas de ignorancia constituyen la esencia de lo que a veces se llama cultura popular.