KAREM AMSTRONG Y UNA RELIGIÓN LIGHT
Hay que reconocer una cosa a Karen Armstrong: escribe bien. Y además, como sus libros son voluminosos y vienen acompañados de una prolija bibliografía, el lector que los frecuenta tiene la impresión de que en sus páginas hallará la última verdad sobre la religión. Pero, para ser sinceros, se termina su lectura sin saber qué entiende Armstrong por religión ni a qué se refiere cuando habla de Dios, porque emplea esos conceptos de una manera general, confusa y poco rigurosa.
La concesión del Premio Princesa de Asturias muestra, sin embargo, que ha sabido tocar hábilmente las fibras adecuadas. Sus lectores occidentales, imbuidos por lo políticamente correcto, quedan satisfechos con la religión a la carta que propone la pensadora británica y encuentran en sus páginas lo que desean: que Occidente no comprende el islam y que el yihadismo reacciona frente a la imposición de valores occidentales; así como motivos para criticar las instituciones religiosas.
En la fe de Armstrong no hay lugar para la razón, solo espacio para lo incomprensible; no hay revelación, solo una hermosa mitología; no comparece el dogma, sino una narrativa producto de la imaginación y creatividad humanas. Y, en fin, no hay salvación; únicamente, moralismo. Perfila una espiritualidad superficial, psicologista y diseñada a medida del hombre.
Armstrong ha levantado la voz para hacer frente a las posturas de los nuevos ateos y contrarrestar la tergiversación de lo religioso promocionada por R. Dawkins y S. Harris. Les ha acusado de intransigentes y ha denunciado el fundamentalismo laicista que propagan. Para ella, la religión no es violenta per se; por el contrario, en esencia las grandes religiones son siempre pacíficas. Lo que es el violento es el hombre y su deseo de dominio, de modo que lo religioso se transforma en semilla de la violencia solo cuando se mezcla con el poder (Campos de sangre)
Como aportación positiva, los libros de Armstrong pueden haber despertado en muchos el interés por la religión e incentivar lecturas posteriores y más profundas sobre las diversas tradiciones religiosas. Pero, para su pesar, se descubre que tiene puntos en común con sus detractores ateos. La religión que ella reclama para nuestros días no es una fe ni una creencia: es un mito confuso y mágico para difundir el sentimentalismo de la compasión, una estrategia psicológica superficial que oferta bienestar emocional, pero sin auténticas ni profundas raíces espirituales.