UN PERFUME QUE ALIVIA


En  el  evangelio  de  ayer,  María  Magdalena  se  presenta  en  aquella  comida  con  un  vaso  de  alabastro  de  perfume  muy  caro  y  empieza  a  enjugar  los  pies  de  Jesús,  delante  de  todos.  Es un texto muy bello que contrapone el derroche del amor a la cicatería del egoísmo y de la codicia. Por una parte está María, la hermana de Lázaro. Por la otra, en un mundo espiritual muy diferente, está Judas Iscariote, el que iba a traicionar a 

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María manifiesta, en lo que le resulta posible, el agradecimiento y el amor hacia Jesús. Ella y sus hermanos eran amigos de Jesús. Pero esa amistad, si cabe, se había reforzado al ser Lázaro uno de los destinatarios de un gran milagro, de una gran señal por parte de Jesús, que rescató a Lázaro de la podredumbre del sepulcro y lo devolvió a la vida. El que ya olía mal porque estaba muerto – Lázaro- había regresado a la vida.
¡Qué poco podría calcular María el modo de agradecer esa señal! O quizá, más bien, su cálculo era el más exacto, por ser el más ajustado a la realidad. Al exceso de un don – devolver la vida a un muerto – no se puede corresponder, hasta en justicia, más que con un don aparentemente excesivo, aunque nosotros jamás podremos excedernos, ir más allá de lo justo, con relación a Dios.
Le ofrece eso que es mucho – aunque sea muy poco – a Jesús: “Le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera”. Era mucho, porque era lo que ella mejor podía ofrecerle. Era poco, porque Jesús, que es Dios, lo merece todo.
Esa fragancia es la del amor, la de la gratitud, y también es la del deseo y de la esperanza. Ungir a Jesús con el perfume es expresión, en cierto modo, de la voluntad de hacer todo lo posible para preservar a quienes amamos de la muerte y de la corrupción; es expresión de no querer ver la muerte de Jesús, ya presentida como próxima. Es un anhelo muy humano: ¿Quién dudaría a la hora de ungir con un bálsamo protector a las personas amadas para evitar su pérdida, su deterioro y su destrucción? Seguramente nadie.
El perfume no es un complemento exterior, sino que es un elemento que se adhiere a la persona que lo incorpora a sí misma. El que “huele a Cristo” está vinculado a Él –en el doble sentido de la palabra “oler”: el que atisba a Cristo, y en cierto modo lo “huele”, y el que expande, por haberla incorporado a sí, la fragancia de Cristo - 
Dentro  del dolor  de  la  Pasión  de  estos  días,  María  sabe  tener  este  gesto  lleno  de  amor  de  agradecimiento,  para  ella  seguramente  le  resultaría  poco  por  el  amor  que  Le  tenía....... es  tan  humano. Aliviar,  dar  cariño,  derrochar  el  corazón  en  aquel  que  Le  ama.
¿Cuántas  veces  Jesús  nos  ha  perdonado  a  cada uno?  y  ¿cual  ha  sido  nuestra  respuesta?  lo  podemos  pensar.

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