MARIA CRISTINA DE SABOYA

   Un reciente artículo en el diario L´Avvenire, del que es propietaria la conferencia episcopal italiana, hablaba de una reina "oscurecida por la razón de Estado". Esa razón de Estado es, obviamente, la unidad de Italia, porque cuando murió en olor de santidad María Cristina de Saboya (1812-1836) faltaba poco para que se pusiese en marcha un proceso que ni políticamente (por su carácter revolucionario) ni religiosamente (por su impronta masonizante) admitía que una Borbón devota y piadosa fuese elevada a los altares y convertida en icono popular.

   Y, sin embargo, el pueblo consideraba una santa a la esposa de Fernando II de las Dos Sicilias y en cuanto tal reina de un territorio que se anexionó en 1861 el nuevo reino unitario.


Durante los tres primeros años de matrimonio, María Cristina y Fernando no tuvieron hijos, hasta que al final ella quedó embarazada en 1835. Tal vez algo presagiaba, porque poco antes del parto le dijo a su hermana: "Esta vieja se va a Nápoles a dar a luz y morir". Y así fue. El heredero nació el 16 de enero de 1836, y el día 31 María Cristina falleció por las complicaciones del parto. Dos días antes había tomado al niño y, entregándoselo a su marido, le había dicho: "Responderás de él ante Dios y ante el pueblo. Y cuando crezca dile que muero por él". Fue enterrada en la napolitana basílica de Santa Clara.

La fama de santidad con la que murió dio origen a la temprana incoación de un proceso de canonización. Al parecer, entre los documentos del mismo hay referencia a algún milagro obtenido por su intercesión. En cualquier caso, tras la unidad de Italia las presiones anticlericales hacían poco aconsejable elevar a los altares a una reina, y menos aún Borbón. No fue hasta 1937 que Pío XI decretó la heroicidad de sus virtudes y la declaró Venerable.
                                                                         
                                                                             

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