DIFERENCIA DEL TIEMPO, ENTRE EL HOMBRE Y LA MUJER
Las mujeres tienen una experiencia del tiempo muy distinta a la de los hombres. Lo que indica que la igualdad entre los sexos pasa por comprender las diferencias, es decir, que la equidad no es lo mismo que la uniformidad. Las mismas horas de trabajo (incluso con el mismo sueldo, algo que, por desgracia, todavía pertenece al ámbito de la utopía) no significan el mismo tiempo trabajado.
Porque las horas de trabajo se miden con una balanza y el tiempo trabajado, con otra. La primera es cuantitativa; la segunda, cualitativa. Y así, aunque la cantidad equilibre la balanza, la cualidad la sobrecarga, como si existiera una “espada de Breno”, un peso no cuantificable que hace que el fiel de la balanza siempre desfavorezca a las mujeres. (Breno fue el jefe galo que saqueó Roma en el año 390 a.C. y, tras haber pactado la rendición por mil libras de oro, a la hora de contabilizar el pago colocó su espada en el platillo de los pesos para aumentar el botín. Ante la queja de los romanos, exclamó con la prepotencia del vencedor: Vae victis!, ¡Ay de los vencidos!).
Muchas mujeres perciben esa “espada de Breno” en la medición de su tiempo. En demasiados casos, no es igual una hora trabajada por un hombre que una hora trabajada por una mujer. La cantidad es la misma, pero la calidad está descompensada. Existe un desequilibrio cualitativo que todavía no hemos solucionado, un peso añadido que está en su balanza pero no en la de los hombres.
No nos estamos refiriendo a las estadísticas, que ya son cuantitativamente elocuentes, sino a esa realidad incuantificable que es el tiempo de las mujeres. Como ha puesto de manifiesto la periodista Jennifer Senior en su reciente estudio All Joy and No Fun: TheParadox of Modern Parenthood, las mujeres no tienen la misma percepción del tiempo que los hombres, especialmente en lo que se refiere a las horas que dedican a la familia. Una hora invertida en una tarea no es necesariamente equivalente a una hora dedicada a otra. El cuidado de los hijos o de la casa, por ejemplo, generan un estrés imposible de medir en términos laborales.
Puede que las mujeres trabajen menos horas pagadas que los hombres, pero dedican, según Jennifer Senior, casi el doble de tiempo al trabajo en el hogar, a hacer la compra o a ocuparse de los hijos, lo que se llama “multitarea”. Es evidente que la rutina de las madres es más estresante y agotadora, porque muchas de sus tareas tienen “hora límite”, como levantar a los niños y prepararlos para ir a la escuela o llevarlos puntualmente a las actividades extraescolares, y su semana está llena de “puntos de presión”, que no admiten aplazamiento.
Esta sensación real de sobrecarga puede reducirse con la contribución del padre; aunque no es suficiente, porque de lo que se trata no es tanto de contribuir o distribuir las tareas, sino de compartir ese tiempo de las mujeres que ha de ser también el de los hombres.
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