TRENZAR EXIGENCIA CON CARIÑO





    Los zapatos que tenía que llevar Cenicienta no eran de cristal sino de cuero. Así lo escribió Charles Perrault, el autor del cuento, pero un error tipográfico del editor cambió la palabra francesa “vaire” (cuero) por “verre” (vidrio, cristal), de modo que la protagonista apareció en la sala de baile con sus, a la postre famosísimos  zapatitos de cristal.


  De la noche a la mañana, o mejor, de la mañana a la noche, Cenicienta pasó de ser una sirvienta, despreciada, maltratada y odiada, a una auténtica princesa, admirada por todos y amada por el príncipe heredero de aquel reino. Pero, ahora sí, de la noche a la mañana, volvió a ser una cenicienta por la simple razón de haber perdido su zapato de cristal.
Como es evidente, ninguna ley positiva puede obligar a los padres a amar a sus hijos (ya lo hace la ley natural); sí puede obligar a atenderlos y a educarlos, que en el fondo es la forma que tenemos los padres de querer a nuestros hijos. No podemos llevarlos descalzos de afectos, de atenciones, de respeto; pero tampoco debemos calzarlos con zapatos de cristal, convertirlos en princesas de cuento, llenarlos de mimos y vaciarlos de responsabilidades.
  Pongámonos  zapatos de cuero, como escribió Perrault, trenzando exigencia con cariño, autoridad con afecto, disciplina con amor.
   Ni Cenicientas descalzas ni encantadoras princesas con zapatos de cristal: no cometamos el mismo “error tipográfico” porque nuestros hijos no son personajes de un cuento de hadas.

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