UNA HISTORIA DE TRAICIÓN......
Dentro de la historia divino-humana de la pasión de Jesús hay muchas pequeñas historias de hombres y de mujeres que han entrado en el radio de su luz o de su sombra. La más trágica de ellas es la de Judas Iscariote. Es uno de los pocos hechos atestiguados, con igual relieve, por los cuatro evangelios y por el resto del Nuevo Testamento.
Judas no había nacido traidor y no lo era en el momento de ser elegido por Jesús; ¡llegó a serlo! Estamos ante uno de los dramas más sombríos de la libertad humana.
. Los evangelios —las únicas fuentes fiables que tenemos sobre el personaje— hablan de un motivo mucho más a ras de tierra: el dinero. A Judas se le confió la bolsa común del grupo; con ocasión de la unción de Betania había protestado contra el despilfarro del perfume precioso derramado por María sobre los pies de Jesús, no porque le importaran los pobres —hace notar Juan—, sino porque «era un ladrón y, puesto que tenía la caja, cogía lo que echaban dentro» (Jn 12, 6). Su propuesta a los jefes de los sacerdotes es explícita: «¿Cuánto estáis dispuestos a darme, si os lo entrego? Y ellos fijaron treinta siclos de plata» (Mt 26, 15).
Se puede traicionar a Jesús también por otros géneros de recompensa que no sean las treinta monedas de plata. Traiciona a Cristo quien traiciona a su esposa o a su marido. Traiciona a Jesús el ministro de Dios infiel a su estado, o quien, en lugar de apacentar el rebaño se apacienta a sí mismo. Traiciona a Jesús todo el que traiciona su conciencia.
. ¿Quién puede decir lo que pasó en el alma de Judas en esos últimos instantes? «Amigo», fue la última palabra que le dirigió Jesús en el huerto y él no podía haberla olvidado, como no podía haber olvidado su mirada.
Lo que debe empujarnos la historia de Judas: a rendirnos a aquel que perdona gustosamente, a arrojarnos también nosotros en los brazos abiertos del Crucificado. Lo más grande en el asunto de Judas no es su traición, sino la respuesta que Jesús da. Él sabía bien lo que estaba madurando en el corazón de su discípulo; pero no lo expone, quiere darle la posibilidad hasta el final de dar marcha atrás, casi lo protege. Sabe a lo que ha venido, pero no lo rechaza, en el huerto de los olivos, su beso helado e incluso lo llama amigo (Mt 26, 50). Igual que buscó el rostro de Pedro tras la negación para darle su perdón.
Pedro tuvo confianza en la misericordia de Cristo, ¡Judas no! El mayor pecado de Judas no fue haber traicionado a Jesús, sino haber dudado de su misericordia.
La confesión nos permite experimentar sobre nosotros lo que la Iglesia dice del pecado de Adán en el Exultet pascual: «¡Oh, feliz culpa, que nos mereció tal Redentor!» Jesús sabe hacer de todas las culpas humanas, una vez que nos hemos arrepentido, «felices culpas», culpas que ya no se recuerdan sino por haber sido ocasión de experiencia de misericordia y de ternura divinas!
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