AFINAR LA PUNTERÍA AL LEER UN LIBRO


Leer es para la mente como el ejercicio para el cuerpo. Y como el tiempo es limitado, conviene afinar la puntería al elegir los libros, para que sean de la máxima calidad. Hay muy buena literatura, hay títulos adecuados a cada edad y situación. Tampoco se trata de empezar por cosas muy elevadas.
No importa que al principio sean sólo novelas sencillas o libros de aventuras, porque lo primero que hace falta es acostumbrarse a leer. Hasta que no se pierde el miedo a los libros no conseguimos nada. Es interesante leer el periódico, alguna buena revista de información general, biografías, historia, buena literatura. Muchas veces nos sorprenderemos al ver que entendemos y nos gusta mucho más de lo que pensábamos.
 No digas que leerás cuando tengas tiempo, porque entonces no leerás nunca.
Produce verdadera lástima conocer a personas que son incapaces de sostener siquiera unos minutos una conversación interesante sobre algo ajeno a su especialidad, porque jamás han leído nada con un poco de contenido. Personas que apenas saben lo que sucede en el mundo, porque no leen el periódico. Ni lo que piensa nadie, porque hay muy pocas cosas que despierten su interés.
Bacon decía que la lectura hace al hombre completo; la conversación lo hace ágil; el escribir lo hace preciso. Quienes no se cultivan un poco, parece como si no supieran disfrutar de las satisfacciones que permite el hecho de ser seres inteligentes.
¿Cabe el peligro por exceso, de leer continuamente, o indiscriminadamente? Hay que leer más y leer mejor. Séneca decía que no era preciso tener muchos libros, sino que fueran buenos. Junto a la capacidad de lectura hay que desarrollar la capacidad de discernimiento, porque las promociones publicitarias de las editoriales y el atractivo de las portadas no son garantía de calidad. Ahora  mismo  hay  muchas  novelas  con  poco  contenido.  A  mi  me  gusta  leer  libros  que  aporten  algo,  aunque  si  estoy  cansada  coja  algo  que  me  distraiga.
El poder del lenguaje de  Mercedes Salisachs cuenta en una de sus últimas novelas la historia de Lucía, una niña de once años, huérfana, que después de una infancia azarosa se lanza a la aventura de aprender a leer.
«Lo cierto es que a medida que Lucía se iba adentrando en el mundo de las letras todo cuanto la rodeaba parecía dilatarse, se volvía más comprensivo y luminoso.
»También se hacía preguntas nuevas. ¿Qué era el cielo? ¿Por qué había tantas estrellas? ¿En qué consistía la lluvia? Y a medida que se iba introduciendo en la comprensión de los signos, algo la espoleaba a comprender también lo que aquellos signos significaban.
»De pronto todo se iba trastocando en la mente de la niña: todo tenía un motivo. Lo más insignificante (como un parpadeo, o un gesto, o cualquier ademán) ya no era algo insustancial que flotaba en el aire. Tenía un significado que podía plasmarse en un papel en forma de nombre.
»Además podía escribirse: todo, incluso aquello que muchos no sabían explicar, la escritura lo explicaba. Era una sensación excitante.»
 Leer nos abre la puerta a un mundo nuevo. Un mundo en el que todo se amplía y se ilumina, donde tenemos acceso a lo mejor que se ha pensado y vivido a lo largo de la historia.
La palabra nos descifra la imagen, enriquece lo que vemos, nos ayuda a ampliar nuestra visión del mundo, de los demás y de nosotros mismos.
Leer nos permite vivir otras vidas, ponernos en el lugar de otros. Nos hace ver también por los ojos de los demás, pasar por la mente de muchas personas diferentes sin dejar de ser nosotros mismos.
Leer (con acierto, se entiende) nos ayuda a pensar con más libertad y menos estereotipos. Nos hace más libres. Ensancha nuestra mente y nos confiere un sentido crítico que nos hace salir de estrecheces que esclavizan. Como ha escrito Alejandro Llano, una persona que empieza a leer libros de calidad, comienza a abandonar las bien disciplinadas filas de los dictados del consumo, dando un paso al frente, hacia el aire libre del protagonismo en el que uno toma las riendas de su propia vida.
Leer nos facilita comunicarnos con los demás. Facilita temas de conversación, capacidad de expresarse, de abordar los problemas. Quizá sentimos a veces el agobio del “lo sé, pero no lo sé explicar bien”, y eso indica un pensamiento aún confuso, no suficientemente destilado por la lectura.
Conocer la realidad de las cosas exige una riqueza interior que resulta difícil sin una riqueza de lenguaje. También, a veces falla la comunicación entre las personas porque, a uno o a otro —o a los dos—, les resulta difícil expresarse. La pobreza de lenguaje está muy ligada a la pobreza de conceptos, y a un pobre conocimiento de la realidad. Si una persona maneja un vocabulario muy reducido, es fácil que no logre discernir bien lo que le sucede, ni sepa cómo traducirlo en palabras. Percibirá su interior quizá como un desconcertante manojo de tensiones, que le hacen sentirse mejor o peor, pero no logra comprender bien qué es lo que siente. Se encuentra perdido y confuso entre acosos e inquietudes que no sabe ni puede desactivar.
Quizá el peor enemigo de la lectura es verla como algo costoso, poco grato, como otro deber más que hay que cumplir. Por eso es tan importante darse cuenta de que leer es un excelente modo de descansar y de disfrutar, y que es una verdadera lástima que algunos nunca lleguen a hacer ese descubrimiento.

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