CARRERA DE RELEVOS


La vida es una carrera de relevos y nos corresponde a los padres pasar el testigo a nuestros hijos. El espacio que tenemos para darlo y que ellos lo tomen –lo que en atletismo se llama “zona de transferencia”– se reduce a su adolescencia. Nosotros estamos llegando, ya cansados, y ellos están saliendo, frescos y con toda la energía por desarrollar. En unos pocos metros tenemos que dar el relevo, pero para ello hemos de conseguir pasarles el testigo sin que se caiga.



Por lógica, el que ha de entregar el relevo, a pesar de que venga de hacer su carrera, ha de esforzarse más, mientras que el que lo recibe debe esperar a sentirlo en su mano para tomarlo y salir corriendo con seguridad y sin mirar atrás. Ahora tiene toda la pista por delante y la carrera depende exclusivamente de él.
Los dos atletas están en el mismo equipo pero sólo uno llega a la meta. Hay un momento, que se reduce a la “zona de transferencia”, en que ambos corren juntos y a la misma velocidad; sin embargo, el cometido de uno y otro es muy diferente. El del primero consiste en, después de haber corrido velozmente, desacelerar lo justo para hacer bien la entrega, porque si pierde mucho tiempo o el testigo se cae, fracasará la carrera. El segundo corredor espera en movimiento a recibir el testigo para salir a toda velocidad. La dificultad estriba justamente en que ambos están en movimiento, y sin detenerse, uno ha de hacer la entrega y el otro la ha de recibir.
Sería más fácil pararse y hacer la entrega con tranquilidad, pero eso no es posible. La adolescencia es justamente ese momento vital en que la persona se halla en la zona de impulso, donde no se puede estar quieto porque se está iniciando la carrera.
Esa “zona de transferencia” que es la adolescencia se convierte en el momento más importante y delicado de la carrera de relevos que es la vida. Los padres, que llegan con el testigo, no pueden lanzarlo desde lejos ni hacer la entrega sin soltarlo, no pueden pararse antes de tiempo ni arrollar al hijo, y no pueden terminar la carrera por él.
No vale tampoco chocar las manos y no dar el testigo. Sería hacerle trampas a la vida, pues, como padres, nos corresponde legar a nuestros hijos ese pequeño cilindro que contiene la razón de su carrera. Si no lo hacemos, seguirán corriendo, qué duda cabe, pero no habremos pasado el testigo.
Los hijos tienen que dejar atrás a los padres para correr hacia el propio futuro.

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