UNA HISTORIA REAL...DE UNA MUJER FUERTE Y ALEGRE


Hay  que  conocer  a  María  para  que  a  través  del  relato  de  su  accidente,   unas  veces  llores  y  otras  rías.

Lo  que  sí  te  puedo  decir,  es  que  demostró  valentía,  fortaleza,  sentido  del  humor!!!! (increíble) y  ganas  de  seguir  trabajando  y  hacer  su  vida  normal como    madre  de  familia.





Eran cerca de las nueve de la noche del 13 de julio cuando María Hernández Centeno entró en la tintorería que regenta junto a su hermana en Martos, a 20 kilómetros de Jaén. Iba a ser un segundo, simplemente quería recoger un edredón, comprar tabaco e iría a encontrarse con su marido y su hija.

La lavadora industrial, de 25 kilos de capacidad, era nueva pero tenía un pequeño defecto de fabricación. Manteniendo pulsada una pestaña blanca, la lavadora se abría sin bloquearse. Esta anomalía les había sido útil en el pasado, por ejemplo, cuando habían olvidado meter alguna camisa.

Entró en la tienda y cerró la puerta por dentro. Caminó hasta el fondo y accionó la pestaña. Le dio unos segundos de margen a la lavadora. Fue a una secadora y sacó alguna cosa para hacer tiempo, todo era rutinario en los instantes previos al momento en que su vida cambió.

Fue a la lavadora, metió el brazo sin mirar para coger el edredón y la máquina, que seguía girando a más de mil revoluciones por minuto, lo absorbió.
"Tiraba para afuera y sentía un dolor como de calambre, lo sentía atenazado", recuerda María. La angustia se eternizó unos segundos. "Cuando lo saqué vi mi brazo colgando, sostenido sólo por un trozo de piel".
Llevaba una falda larga y envolvió con ella el brazo, separado de su cuerpo por debajo del codo. La puerta estaba cerrada. Buscó con la mirada las llaves, temiendo que no le ocurriera como otras veces, en las que no recuerda si las dejó sobre la caja o encima de una mesa. Aquel día, por suerte, las encontró en su camino a la puerta, mientras se decía a sí misma: "Ay, que no me maree, que no me maree".
Salió a la calle y se sentó en el escalón de la tienda. "¡Llamad al 061 por favor, que he tenido un accidente!", gritó.
Una señora a la que encontró en la calle la asistió para poder llamarle. Las palabras de su esposa al  marido fueron "bájate que se me ha descolgado el brazo" y él lo único que pudo pensar es que se le había salido el hombro al bajar la persiana de la tintorería.
Cuando los vio llegar al Hospital Princesa de España, María no quiso que su hija la viera en aquel estado. Siempre se ha considerado la fuerte de su familia -todo este episodio le ha servido para reafirmarse-e incluso quería dar ejemplo.
En Jaén, los médicos discutían a contrarreloj acerca de las opciones mientras la morfina hacía su efecto en el cuerpo de María. La única posibilidad allí era hacerle un muñón. Ella estaba sedada, pero consciente.
Le hicieron unas radiografías y la mandaron al hospital Virgen del Rocío de Sevilla. Alguien allí les dijo que había una pequeña posibilidad de que pudieran implantarle de nuevo el brazo.
"Iba despierta", recuerda María, "escuché a dos médicos decir que mi brazo iba cortado en la propia ambulancia, asumí que me iba a quedar manca y bueno, pensé: para que le pase a otra, que me pase a mí". Una vez le separaron el brazo del resto del cuerpo -sólo un jirón de piel lo mantenía unido- lo metieron en una nevera de poliestireno con hielo.
Llegaron  a Sevilla, cerca de las 2:30 de la madrugada al  Hospital  Virgen  del  Rocío.
No había consenso entre  los  médicos pero finalmente, una joven cirujana de guardia llamada Aliseda Pérez Sutilo tomó la decisión de operar. Mientras la conducían al quirófano, una enfermera muy cariñosa le echaba hacia atrás el pelo y le besaba la frente.
La  Dra. Perez  Sutilo apareció sobre las 4 de la mañana, recuerda el marido, y les dijo que la operación iría para muy largo, siempre y cuando fuera bien. "Si salimos dentro de hora y media o dos horas, es que no hemos podido hacer nada".
En la sala de espera, José Manuel, su hija, su hermana, su cuñada y su cuñado esperaron en vilo. Cada puerta que se abría, cada ruido que escuchaban, les sobresaltaba y les hacía temerse lo peor.
Cerca de las 11 de la mañana del día siguiente, Aliseda volvió a aparecer. Coincidía con el cambio de turno. Primero, los traumatólogos trataron de recomponer la estructura ósea con placas y tornillos. A continuación, los cirujanos tuvieron que recomponer los tres nervios principales que le conectaron, los vasos sanguíneos, los músculos y finalmente, la piel.
La tensión para su familia duró algunas horas más, hasta las siete de la tarde del día siguiente. En menos de 24 horas, María Hernández había pasado de perder un brazo a recuperarlo de nuevo.
Cuando despertó, esperaba ver un muñón pero se encontró con una mano negra en la que relucían unas uñas pintadas de color rosa chicle. La tarde anterior al accidente, unas niñas se habían entretenido en pintárselas con la pintura más chillona que pudieron encontrar en Mercadona.
Luego pasó 33 días más ingresada, hasta el 15 de agosto Festividad  en  Sevilla  de  la  Virgen  de  los  Reyes.
Estos  33 días  fueron  eternos  para  ella....  hay  que  conocerla  porque  es  un  manojo  de  actividad......hablaba  con  su  tía  (que  es  médico)  y  le  decía  "Chacha  que  no  puedo  estar  aquí  encerrada....el  día  se  me  hace  eterno"

La  contestación  de  su  tía  que  también  tiene  su  humor,  le  propuso " tú  conoces  Sevilla  ¿no? ahí  tienes  muchos  pasillos,  pues  ponles  nombres,  y  ve  cada  día  día  a  pasear,  uno  por  la  calle  que  va  a  la Macarena,  otro  por  la  que  va  al  Gran  Poder,  otro  a  la  Trianera,  otro  al  Parque  de María  Luisa,  y  así  le  fue  diciendo  para  que  se  distrajera.  De  tal  manera  que  un  día  le  dijo  a  su  madre,  "hoy  vamos  a  sentarnos   en  el  Parque  de  María Luisa"  dice  su  madre  que  pensó esta  hija  mía  se  ha  vuelto  loca.

Pérez Sutilo le explicó tras la operación las razones que la movieron. "Me dijo que, como mujer joven que me vio, prefería que me viera la mano, aunque fuera sólo para pintarme las uñas o ponerme pulseras", dice. "No sé aún cómo agradecerle esa decisión".

Recientemente hablaron y María le contó que ya se pinta las uñas, que se apañaba para abrir las puertas o encender las luces. La cirujana se emocionó y   se  le   cayeron algunas lágrimas.
Otras veces se siente frustrada, por ejemplo, cuando quiere hacer una comida y descubre que no puede pelar una patata, o levantar de la sartén una hamburguesa que se le pega. El progreso es muy lento, pero la doctora cree que en diez o doce meses logrará hacer la pinza, un mecanismo que desbloquea docenas de actividades cotidianas.
Ella  no  se  ha  sentido  maltratada  por  la  vida,  ella  sigue  con  su  rutina  aunque  tiene  varios  meses  de  rehabilitación,  pero  allí  por  donde  pasa  deja  un  rastro  de  alegría  y  buen  humor,  como  si  lo  suyo  fuera "na y menos".
María,  cuando  me  enteré   lo  que  te  había  ocurrido  y  tu  tía  me  decía  cómo  habías  reaccionado    con  tus  anécdotas,  comprendí  tu  desgarro  pero  el  valor  que  desde  el  cielo  tu  padre  y  la  Virgen  de  la  Villa,  te  estaban  prestando,  eres  GRANDE!!!!
Eres  única!!!!  y  da  gracias....sé  que  has  ido  de  rodillas  un  buen  tramo  a  la  Virgen   de  la  Cabeza..... qué  ejemplo  de  fortaleza!!!!!
Contaré  aqui,   cómo  vives  tu  recuperación,  y  ya  todo  pasó....




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