PREMIO CERVANTES
Eduardo Mendoza es el ganador del Premio Cervantes 2016, el máximo galardón de las letras españolas, ha anunciado el ministro de Educación, Cultura y Deporte, Íñigo Méndez de Vigo. El Nobel de las letras en castellano, dotado con 125.000 euros, ha seguido, un año más, la tradición no escrita de alternar entre un escritor español y uno latinoamericano.
Alguna vez, en una de esas encuestas un poco para nada que hacemos en los periódicos, un grupo de escritores y críticos eligió las dos novelas más valiosas escritas en España durante el periodo de la transición a la democracia. El podio lo ocuparon dos libros aparentemente complementarios pero, a su manera, paralelos: Todas las almas, de Javier Marías, y La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza.
Es decir: una novela con ambiciones intelectuales elevadas y otra de disfrute inmediato. En el libro de Marías, los españoles de Madrid iban a Oxford, daban clase de literatura y tenían bastante éxito sexual; en el de Mendoza, los españoles de Barcelona volvían a contarse su propia historia, se reencontraban con su pasado y con un sentido de justicia perdido. Muchos años después y con Marías auto excluido de la competición, el Premio Cervantes, el más prestigioso de la literatura en español, ha elegido a Eduardo Mendoza para su palmarés. El fallo es, entre otras cosas, una manera de subrayar la historia de la narrativa española de esa época.
¿Quién era Eduardo Mendoza? Una especie de novio perfecto para la España de la Transición: guapo, elegante, educado, cosmopolita... Un hijo del régimen, como tantos, que había matado al padre sociológico pero amablemente. Había estudiado Derecho y había vivido en Nueva York, trabajando en la ONU. Era un outsider en la literatura, un hombre de maneras exquisitas y con buen humor, que apelaba a los viejos valores de la novela: hay que gustar, hay que divertir, hay que tratar bien al lector. Y eso, sin ser un inane.