EUROPA.....DISCERNIMIENTO, UNIDAD, SOLIDARIDAD.
El Papa es perfectamente consciente de que los males que afligen a la Unión Europea en estos momentos tienen que ver con los egoísmos nacionales, unidos a la arrogancia y al desprecio a los más débiles o peor situados
El discurso que acaba de dirigir el Papa a los dirigentes europeos, con motivo del 60 aniversario del Tratado de Roma, es un discurso valiente que afronta los retos que tiene planteada Europa y les da una respuesta que podríamos resumir en tres palabras: discernimiento, unidad, solidaridad. Para ello apela al espíritu de los Padres Fundadores, a los que cita con profusión para lograr que su ejemplo y sus palabras saquen a Europa de su actual estancamiento.
El Papa destaca en primer lugar la necesidad del discernimiento, del juzgar rectamente. Como advirtió Pascal, recordado en el acto por el presidente del Parlamento Europeo, el juzgar bien es el principio de la moral. Sabemos que la sociedad actual está en gran medida cretinizada y bloqueada por el simple deseo de acumular datos y de ahí su complejo de inferioridad ante la velocidad de procesamiento del ordenador. Pues bien, la clave del discernimiento europeo es partir de la centralidad del ser humano. «Los Padres fundadores −ha manifestado el Pontífice− nos recuerdan que Europa es una vida, una manera de concebir al hombre a partir de su dignidad trascendente e inalienable y no sólo como un conjunto de derechos que hay que defender o de pretensiones que reclamar».
el Papa es especialmente claro y contundente ante la tragedia de los refugiados, que ha considerado como el mayor mal social desde la 2ª Guerra Mundial. Aquí la expresividad de los textos no puede ser mayor. Así afirma, citando a Pineau, ministro de Asuntos Exteriores francés en 1957: «Los países que se van a unir (...) no tienen intención de aislarse del resto del mundo y erigir a su alrededor barreras infranqueables».
Discurso del Papa Francisco en Roma, aniversario UE.
«En un mundo que conocía bien el drama de los muros y de las divisiones, se tenía muy clara la importancia de trabajar por una Europa unida y abierta, y de esforzarse todos juntos por eliminar esa barrera artificial que, desde el Mar Báltico hasta el Adriático, dividía el continente −continúa diciendo el Papa−. ¡Cuánto se ha luchado para derribar ese muro! Sin embargo, hoy se ha perdido la memoria de ese esfuerzo. Allí donde desde generaciones se aspiraba a ver caer los signos de una enemistad forzada, ahora se discute sobre cómo dejar fuera los 'peligros' de nuestro tiempo: comenzando por la larga columna de mujeres, hombres y niños que huyen de la guerra y la pobreza, que sólo piden tener la posibilidad de un futuro para ellos y sus seres queridos».
Por todo ello la renovación de la cercanía de la Iglesia a Europa va acompañada del deseo de la renovación de ésta. Las palabras de Joseph Bech, con las que cierra su discurso, «por lo demás pienso que Europa merezca ser construida», suenan hoy como merezca ser reconstruida en su fidelidad a sus orígenes: en la primacía de la dignidad de la persona y el esfuerzo por la unidad y solidaridad planetarias.