LAS COMPARACIONES NO SON BUENAS


Un niñ@ que a lo largo de su vida comprueba que tiene que estudiar más para llegar donde el resto o, por lo menos, acercarse; que tiene que esforzarse por encima de la media para ser deportista; que lucha por ser honrado, aunque observe como sus compañeros engañan a sus padres o profesores copiando en los exámenes; en definitiva, que debe poner un plus de esfuerzo para no quedarse atrás, puede, del mismo modo, correr el riesgo de desarrollar un equívoco sentido de la justicia, concluyendo en cada acto de superación que "no es justo lo que me cuesta a mí y lo fácil que lo tienen los demás".

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Hoy  empiezan   los  problemas  de  carácter  en  las  comparaciones  que  se  hacen  entre  compañeros  de  colegio  o  hermanos.  Inconscientemente  o a  sabiendas  de  cómo  ven  las  actitudes,  comprueban  que  su  manera  de  actuar  es  la  de  defensa  o  introversión,  llegando  a  una  desconfianza  con  lo  que  le  rodea.

Por esta razón,  debemos estar muy pendientes para detectar cualquier síntoma que nos avise de la formación de "un corazón duro", un corazón que tenga dificultad para justificar a sus semejantes, escudado en la idea de que "a mí nadie me ha regalado nada".

En ese momento tendremos que elaborar estrategias educativas para hacerle ver al hijo o a la hija que cada uno debe comportarse bien porque quiere, porque le mejora en primer lugar a sí mismo como persona, pues, si nos comportásemos bien dependiendo de la actitud de quienes nos rodean (compañeros, profesores, jefes, amigos, etc.), estaríamos errando nuestro camino. Esto  no  es  fácil  de  entender  cuando  son  adolescentes,  no  entienden  el  ¿porqué?

Entre las muchas cosas que debemos trasmitir a los hijos, hay una de vital importancia como es la "rectitud de intención", es decir, saber por qué me comporto de un modo y no de otro -¿para aparentar o para mejorar?-, ya que esto ayuda a ser dueño de los propios actos, a actuar de una manera determinada porque "me da la gana".

Y, además de hacer las cosas porque queremos hacerlas así, también tendremos que ayudarles a desarrollar un corazón capaz de justificar los errores ajenos, pues entonces y sólo entonces, serán capaces de comprender y ayudar a quienes les rodeen; sólo entonces les habrá servido contar en sus vidas con más dificultades que el resto (por lo menos, aparentemente), pues de lo contrario habrá sido un derroche de tiempo y esfuerzo al quedarse tan sólo con la otra cara de la moneda.

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