NO, AL RESENTIMIENTO

José Villela sufrió un accidente que lo dejó paralítico a los 23 años. Hoy tiene 30, es médico psiquiatra y aquí habla sobre camiones que caen del cielo, el dolor, la lucha y el perdón.

El 19 de enero del 2010 sufrí un accidente en el que me lesioné la médula espinal y me quedé con una discapacidad. Tuve que superar un largo proceso de rehabilitación y continuar con la vida, pero ahora desde una silla de ruedas.Una de las fotografías del artículo "Experience: a truck fell on to my car", en The Guardian. Foto: Lindsay Lauckner for the Guardian

Después de una experiencia traumática —después de un episodio difícil en la vida—, aprendes a ver todo desde otra perspectiva: los problemas que antes te quitaban la paz, ahora ya no se ven igual.
Creo que la vida me ha dado la oportunidad de ser más sensible, ante lo que me rodea y con las personas. Como me dedico en gran parte a tratar con personas, esto ha jugado a mi favor, en el sentido en el que me identifico con esa vulnerabilidad que tenemos como personas. De otra forma, difícilmente hubiera adquirido esa sensibilidad.
Ese día lejos de ser un momento en donde me sienta triste o que reviva la parte difícil que todo esto implicó, es un día de agradecimiento. Y es un día para dar gracias pues se me dio otra oportunidad para seguir viviendo, ese pudo haber sido el último día de mi vida y sin embargo no lo fue. Yo lo veo como el primer día de esta nueva vida. Es tener un segundo cumpleaños y por lo tanto doble celebración.
Realmente cuando estaba más enfermo, al inicio de todo el proceso, yo le pedía a Dios que me ayudara y me dijera por dónde. A veces esperamos que Dios se manifieste de una manera demasiado personal, casi se apareciera y te dijera lo que necesitas oír, pero luego entendí que el amor de Dios se manifestaba primero en la familia en la que se me permitió nacer y crecer; con mis padres, mis hermanos, mis abuelos, mis tíos: una familia llena de personas valiosas.
No pude haber estado en una familia más adecuada para enfrentar la adversidad y que además es una familia que tiene fe, cuando esta familia te lleva a buscar a Dios en el día a día, en el vivir cotidiano, tienes todo de tu lado para salir de una situación así.
De igual manera con mis amigos, esa red de amistad que hemos ido formando con los años requirió que cuando yo estuve mal, esos hilos de la red se unieran para soportarme y creo que al final eso es la amistad. La amistad es meter el hombro por el otro y soportarlo en un momento difícil.
Una pregunta que me hizo una vez un niño fue de las que más me ha impactado y me ha puesto a pensar, creo que entre más jóvenes son los que oyen las pláticas, son más directos y más precisos en sus preguntas, entonces me preguntó “¿y ya perdonaste al chófer del camión?” A decir verdad, fue un momento en el que me sentí confrontado con esta tendencia que tenemos los seres humanos al resentimiento, a quedárnoslo guardado y no dejar ir.
En ese momento me di cuenta que estaba en el proceso de pedir a Dios que me ayudara a tener ese amor y ese cariño y esa humildad para perdonar, no tanto por el chófer, si no para yo estar bien, a veces pensamos que al perdonar le estamos haciendo un favor al otro y la verdad es que nos lo estamos haciendo a nosotros.
Con eso he aprendido que el resentimiento no tiene mucho sentido en nuestra vida, nos lleva a vivir enojados, amargados, cansados y tenemos que dejar ir, soltar las cosas y dar un paso. No es olvidar lo que te hicieron o lo que sufriste, porque no se trata de que se dañe la memoria si no que por el amor de Dios, tanto a la víctima como el victimario podemos llegar ambos a estar en paz. 

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