RETENER EN LA MEMORIA LO DE CADA DÍA
Una de las señales más claras del envejecimiento es la dificultad de retener en la memoria inmediata los nombres, los números o los datos. Apenas tiene arreglo. Me paso la vida conociendo a gente nueva que se me presenta con su nombre y apellido y de ordinario no soy capaz de retener ninguno de los dos.
Espero que alguna nueva aplicación informática me ponga pronto ante la vista el nombre de la persona con la que en cada caso estoy hablando. Mientras tanto, lo que hago en clase es pedir a mis alumnos que escriban su nombre de pila con caracteres grandes en un papel bien visible y que lo pongan sobre la mesa delante de ellos para que pueda dirigirme a cada uno por su nombre. Eso ayuda a la participación en el aula y confiere a las clases un estilo más familiar.
En cambio a lo que no me he acostumbrado nunca es a no recordar dónde he dejado las cosas −las llaves, el pendrive, unos documentos, etc.− cuando por algún motivo −por ejemplo, para tener una mayor seguridad en un viaje− las he dejado fuera de su lugar habitual.
Lo peor es que me irrita profundamente esa situación. Me enfada mi estupidez de guardar algo en un lugar tan recóndito o extraño que ni siquiera yo mismo después pueda encontrarlo por no acordarme de dónde lo guardé. Pienso siempre −y me conmueve− en el efecto devastador de la enfermedad de Alzheimer en la que los fallos de memoria llevan inevitablemente a la pérdida de la identidad biográfica.
¡Qué importantes son los hábitos! Ya Aristóteles advirtió que con esas disposiciones habituales sus actos se hacen con más facilidad, con más rapidez y con más gusto. Por eso me parece muy sabia la recomendación de una colega a su madre −ya mayor− "de que deje a la vista siempre todo lo que utiliza."
Cuántas veces olvidamos lo que queremos recordar y, en cambio, nos acordamos de lo que querríamos olvidar. “Re-cordar” significa “volver a pasar por el corazón”; sería terrible que con el paso de los años la memoria se debilitara simplemente porque estaba ocupada por el resentimiento. nos engaña todavía mucho más cuando nos cierra el camino del perdón.
Sería triste ese comportamiento...vivir amarrado a conductas antiguas que con el tiempo deberían haberse borrado. Y más que nada, la alegría de vivir habiendo perdonado.