UNA PALABRA A TIEMPO QUE BUENO!!!!!!
Hasta los insensatos, cuando se callan, parecen sabios.
Sócrates, el sabio filósofo griego, decía que la elocuencia es, muchas veces, una manera de exaltar falsamente lo que es pequeño y disminuir lo que, de hecho, es grande.
La palabra puede ser mal usada, enmascarada y emplearse para el disimulo. Es por eso que los sabios siempre han enseñado que sólo debemos hablar “cuando nuestras palabras sean más valiosas que nuestro silencio”.
El silencio es valioso, y cuando estamos en una situación difícil necesitamos escuchar más que hablar, pensar más que actuar, meditar más que correr. Tanto la palabra como el silencio revelan nuestro ser, nuestra alma, aquello que está dentro de nosotros.
Sabemos que las palabras son más poderosas que los cañones; estas provocan revoluciones, conversiones y muchas otros cambios. La Biblia, muchas veces, llama nuestra atención sobre la fuerza de nuestras palabras.
“El hombre halla alegría en la respuesta de su boca; una palabra a tiempo, ¡qué cosa más buena!” (Pr 15, 23).
Cuánta discordia existe en las familias y en las comunidades a causa de los chismes, las calumnias, las injurias, las murmuraciones. Es necesario aprender que cuando nos equivocamos por nuestras palabras, cuando éstas hieren injustamente al hermano, tenemos que tener el valor sagrado de ir hasta él y pedirle perdón.
Nos equivocamos mucho con nuestras palabras, pero ¿por qué?
En primer lugar porque somos orgullosos, queremos enseguida “tener la palabra” frente a los demás; mal interpretamos el problema o el asunto y queremos dar “nuestra opinión”, que muchas veces es vacía, insensata, porque es inmadura, irreflexiva.
Otras veces, nos equivocamos porque hablamos con “la sangre caliente”; cuando el alma está agitada. En ese momento, la grandeza del alma consiste en callar, en contener la furia, en dominar el ego herido y buscar fortaleza en el silencio.
Habla con sinceridad, reacciona con sentido común, sin exaltación y sin rabia, y expresa tu opinión con cautela, después de haber entendido bien lo que está en discusión. Muchas veces, en los debates, nos cansamos de ver a mucha gente hablando y poca dispuesta a escuchar.
Los grandes hombres son quienes abren la boca cuando los demás ya no tienen nada más que decir. Pero para eso, es necesario ejercitar la voluntad; se necesita la gracia de Dios porque nuestra naturaleza por sí sola no se contiene.