UNA COMEDIA RELAJANTE.......


Gustavo Ron es una rara avis en el cine actual español. Un joven director que, desde su estreno –con la meritoria Mia Sarah–, demostraba una extremada admiración hacia el cine clásico norteamericano. En sus tres películas, Ron se ha movido en el margen que deja la comedia dramática y romántica. 


En Mia Sarah ocupaba el campo de la comedia, y en Vivir para siempre, el del drama. Pero en todo caso, contando con una presencia importante del romanticismo, no solo en el sentido de las relaciones de los personajes entre ellos: también de un romanticismo que trasciende la historia y muestra el amor del director por el cine, por las películas que vio en su infancia, por los escenarios, los decorados, la iluminación y todos esos elementos que construyen lo que llamamos magia del cine.
Mi panadería en Brooklyn es un poco todo eso, junto y a la vez. La película cuenta la historia de un establecimiento que se queda huérfano y la lucha por salvarlo. Una lucha en la que pelean la tradición y la renovación. Y una lucha que esconde, no una historia de amor, sino tres, para ser más exactos. Ron no ha tenido ningún problema en reconocer que su película es un homenaje a Lubitsch y a Capra.
En esta revisión nostálgica está lo mejor y lo peor de la película. Habrá un público extasiado por la posibilidad de ver en la pantalla cine del de antes, una comedia bastante blanca de esas que presuponen un happy end por toda la escuadra y en las que uno termina queriendo ser mejor persona. Pero también habrá una parte del público a la que le cueste conectar con un cine que lleva muchas décadas sin ver, quien eche en cara algunos recursos de guion excesivamente básicos y poco coherentes o el que se agote en el tercer tartazo, un slapstick que habíamos enterrado hace mucho tiempo.
En cuanto a las interpretaciones –bastante ajustadas, excepto alguna nota sobreactuada–, hay que destacar el papel de Blanca Suárez, que hace una meritoria construcción de un personaje secundario lleno de encanto.

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