VENDO PAZ.......
Daría la mitad de mi fortuna por un minuto de paz –dijo una vez un multimillonario. Y no andaba tan desubicado. Yo pienso que la paz, es lo más caro que se vende..... lo más necesario y menos común.
Sin paz se puede tener todo menos felicidad. Quizá por ello, la filosofía y la espiritualidad han buscado siempre y tenazmente, sobre todo en el interior mismo del hombre, las fuentes de la paz; algo así como el eslabón perdido de la felicidad.
El mundo contemporáneo, tendencialmente hedonista, ha hecho de la paz una mercancía lucrativa, cuyos ingredientes básicos son la seguridad y el bienestar. «Si quieres paz –anuncian las agencias– te vendo protección, alarmas, seguros de vida, pólizas contra robo e incendio, chequeos médicos y hermosas playas solitarias».
Estos días de Navidad, tendríamos que buscar la paz, como Diógenes el filósofo griego que andaba con su lámpara buscando hombres honestos.....pero es todo lo contrario, solo hay nervios, nervios de comprar, de aprovechar rebajas, de preparar las cenas y comidas...... ves a la gente por la calle con bolsas y bolsas, y caras de agotamiento.
Recuerdo mi Navidad de pequeña y era todo lo contrario, ilusión, espera, villancicos, el canto de la lotería, saber que nos reuníamos toda la familia...... en fin diréis cosas ya pasadas de moda, puede que si, pero te hacían ser feliz, sin tanta compra.
La paz es un don; un regalo que Jesús da a sus discípulos: «La paz os dejo; mi paz os doy» (Jn 14, 27). En cuanto don, viene de fuera; pero en cuanto fruto de la presencia de Jesús en nuestro corazón, es algo muy interior, íntimo, capaz de desafiar cualquier circunstancia externa.
La paz que da Jesús está tejida de fe, de confianza, de aceptación de la propia vulnerabilidad, de abandono en la Providencia, de perdón dado y recibido. Estas actitudes engendran paz porque, en el fondo, ordenan el corazón: restablecen equilibrios perdidos y ponen de nuevo cada cosa en su lugar. San Agustín definía la paz como la «tranquilidad del orden».
Pero este don de la paz pide nuestra colaboración. Exige que vigilemos el corazón y evitemos pensamientos, deseos o actitudes que roban la paz. En nuestra situación actual de seres inclinados al desorden por el pecado original, por paradójico que parezca, la paz exige lucha. Es preciso pelear contra la soberbia, la ambición excesiva, los deseos impuros, las vanidades, las susceptibilidades, las envidias, los resentimientos, los miedos infundados. Nuestro corazón es un campo de batalla. En él se acepta o no a Jesús y, en consecuencia, en él se gana o se pierde la paz.
No hace falta la mitad de una fortuna para comprar un minuto de paz. Basta que nuestro corazón crea y dé más importancia a lo que realmente vale la pena, esos momentos buenos que vamos a vivir y que nos los planteamos desde otra perspectiva, sacar vida de la Vida que viene.