VENDO PAZ.......


Daría la mitad de mi fortuna por un minuto de paz –dijo una vez un multimillonario. Y no andaba tan desubicado. Yo  pienso  que  la  paz,  es  lo  más  caro  que  se  vende.....  lo  más  necesario  y  menos  común.
 Sin paz se puede tener todo menos felicidad. Quizá por ello, la filosofía y la espiritualidad han buscado siempre y tenazmente, sobre todo en el interior mismo del hombre, las fuentes de la paz; algo así como el eslabón perdido de la felicidad.
Según la sabiduría griega, en su versión estoica, la paz se halla en la «imperturbabilidad» , como resultado natural de una vida virtuosa y ajena a las pasiones insanas . Para el budismo, en cambio, la paz está en el «nirvana»: esa serenidad inquebrantable que brota al extinguirse el fuego del deseo, la aversión y la desilusión.
El mundo contemporáneo, tendencialmente hedonista, ha hecho de la paz una mercancía lucrativa, cuyos ingredientes básicos son la seguridad y el bienestar. «Si quieres paz –anuncian las agencias– te vendo protección, alarmas, seguros de vida, pólizas contra robo e incendio, chequeos médicos y hermosas playas solitarias».

Estos  días  de  Navidad,  tendríamos  que  buscar  la  paz,  como  Diógenes  el  filósofo  griego que andaba con  su  lámpara buscando  hombres  honestos.....pero  es  todo  lo  contrario,  solo  hay  nervios,  nervios  de  comprar,  de  aprovechar  rebajas,  de  preparar  las  cenas  y  comidas...... ves  a  la  gente  por  la  calle  con  bolsas  y  bolsas,  y  caras  de  agotamiento.
Recuerdo  mi  Navidad  de  pequeña  y  era  todo  lo  contrario,  ilusión,  espera,  villancicos,  el  canto  de  la  lotería,  saber  que  nos  reuníamos  toda  la  familia......  en  fin  diréis  cosas  ya  pasadas  de  moda,  puede  que  si,  pero te  hacían  ser  feliz,  sin  tanta  compra.
La paz es un don; un regalo que Jesús da a sus discípulos: «La paz os dejo; mi paz os doy» (Jn 14, 27). En cuanto don, viene de fuera; pero en cuanto fruto de la presencia de Jesús en nuestro corazón, es algo muy interior, íntimo, capaz de desafiar cualquier circunstancia externa.
La paz que da Jesús está tejida de fe, de confianza, de aceptación de la propia vulnerabilidad, de abandono en la Providencia, de perdón dado y recibido. Estas actitudes engendran paz porque, en el fondo, ordenan el corazón: restablecen equilibrios perdidos y ponen de nuevo cada cosa en su lugar. San Agustín definía la paz como la «tranquilidad del orden».
Pero este don de la paz pide nuestra colaboración. Exige que vigilemos el corazón y evitemos pensamientos, deseos o actitudes que roban la paz. En nuestra situación actual de seres inclinados al desorden por el pecado original, por paradójico que parezca, la paz exige lucha. Es preciso pelear contra la soberbia, la ambición excesiva, los deseos impuros, las vanidades, las susceptibilidades, las envidias, los resentimientos, los miedos infundados. Nuestro corazón es un campo de batalla. En él se acepta o no a Jesús y, en consecuencia, en él se gana o se pierde la paz.
No hace falta la mitad de una fortuna para comprar un minuto de paz. Basta que nuestro corazón crea y  dé  más  importancia  a  lo  que  realmente  vale  la  pena,  esos  momentos  buenos  que  vamos  a  vivir y  que  nos  los  planteamos  desde  otra  perspectiva, sacar  vida  de  la  Vida  que  viene.

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